17 oct 2014

En defensa de Isabel Preysler. Para comprender las raíces de cierto machismo y racismo popular

Gabriel Jaraba
En mis cuatro décadas largas de vida periodística he visto de todo pero hay una cosa que no consigo explicarme: la antipatía e incluso el odio que despierta Isabel Preysler. Esta mujer nunca ha ofendido a nadie, a nadie ha perjudicado, de su boca solamente han salido siempre palabras comedidas y su conducta pública es muchísimo más recatada que la de ciertas conductas públicas de ahora, incluso en ambientes muy populares. Isabel ha vuelto fugazmente a la actualidad con motivo del fallecimiento de su último marido, Miguel Boyer Salvador, y también, fugaz aunque tímidamente, ha regresado la mirada torva que se cierne sobre ella. ¿Por qué?

A quienes estén pensando en los tres matrimonios de Isabel Preysler les recordaré: fueron sucesivos. No todas las damas españolas pueden decir lo mismo respecto a sus múltiples parejas, y no digamos los caballeros. Es curioso que esta mujer haya pasado
por ser una devoradora de hombres cuando lo único que se sabe de su vida sentimental es que se ha casado tres veces, una después de otra. No se conoce que algunas de estas relaciones hayan sido simultáneas. No todas las amas de casa del país pueden decir lo mismo, y no digamos ya las damas jóvenes y no tan jóvenes que frecuentan los platós de televisión de hoy día. Comparada con los personajes femeninos que actualmente entretienen a los y las teleespectadoras, Isabel Preysler es una santa. Y sin compararla: ¿un país que ha reclamado legítimamente una ley de divorcio, y que hace uso de ella con toda normalidad a lo largo y a lo ancho del territorio, está en condiciones de reprochar a Isabel Preysler que se acoja a ese derecho democrático, igual que cualquier otra hija de vecina? Cuando pienso en ello más oscuro se me hace el enigma.

El rechazo que la imagen de Isabel Preysler ejerce sobre buena parte de la población responde a ciertos elementos culturales que subyacen en el inconsciente colectivo y que suelen pasar inadvertidos. Veamos cuáles son.

La mujer fatal o vampiresa. Cierta literatura popular ha construido el personaje de la mujer que se aproxima a los hombres para seducirlos y conducirles a la perdición. La relación entre seducción y perdición es curiosa y solamente se explica por una cosa: el machismo. Véanse las reservas que los fundamentalistas islámicos (y los musulmanes no tan fundamentalistas) mantienen hacia la mujer y el trato con ella y se comprenderá de qué se trata. La mujer “despierta” el instinto sexual del hombre, el cual “no puede” controlarlo y acaba “haciendo el mal que no quiere” (como refiere san Pablo claramente en una de sus epístolas). La mujer es la supuesta culpable de la exacerbación erótica del hombre, y no él mismo por su falta de educación y autocontrol. La literatura y cierta tradición oral ha ayudado a esta construcción, probablemente incluso desde la popularización del personaje de Lucrecia Borgia: conspiradora política, seductora, espía, envenenadora e incestuosa. Los personajes femeninos en las historias de vampiros, Drácula, pero también Carmilla, son más expresivas de la visión de la sexualidad femenina que tiene el hombre reprimido que de la realidad del sexo de las mujeres. La aproximación de Isabel a hombres famosos o poderosos ha sido mirada bajo la sombra de esta enfermedad colectiva.

Mata Hari y la amenaza oriental. Las supuestas técnicas amatorias orientales se convirtieron en objeto de fantasías sexuales secretas en Europa por lo menos desde el éxito como bailarina exótica de la señora Margareta Geertruida Zelle, una dama holandesa que vivió en Java al casarse con un militar destinado allí. Los azares de la vida hicieron que se ganase la vida como artista de estriptís, llegó a ser famosísima como Mata Hari, pasando por ser indonesia, y ella misma construyó su mito presentándose como muestra de esas técnicas soñadas. Su adhesión al mito le costó la vida: la sombra colectiva de la represión sexual hizo de ella, en la primera guerra mundial, carne de escarmiento público: fue fusilada por espía a favor de los alemanes, acusada de seducir dirigentes políticos y militares franceses para sonsacarles secretos. La regularidad de su juicio sumarísimo es hoy puesta en muy seria duda. Cuando el populacho ha llamado 'la china' a Isabel, con rotundo desparpajo racista, no hacía otra cosa que caer bajo el influjo de esa otra faceta de la enfermedad colectiva en cuestión.

La amenaza oriental y el mito de Fu Man Chu. El racismo no es un invento de Hitler sino una constante creciente en la cultura europea. Las ciencias humanas del siglo XIX desarrollan una visión del “otro” antropológico explícitamente discriminatoria y racista. El concepto de raza superior nazi es un desarrollo final de una tradición “científica” que pasa por legítima durante décadas y forma parte de la corriente principal de la cultura. El odio al negro y el exterminio del nativo en Norteamérica no es más que el trasplante de esta peculiaridad europea que encuentra un entorno propicio para desarrollarse operativamente; ya se ejercitó en África e India. Pero las revueltas chinas ante el colonialismo británico occidental introducen un elemento nuevo. La llamada 'guerra de los boxers', en la que entran en juego organizaciones de combatientes patriotas que se enfrentan a mano desnuda a las tropas coloniales hace aparecer el mito del “pérfido conspirador oriental” que les dirige en la sombra. “Chino” es sinónimo de taimado, traidor, sucio y despreciable. Obsérvese que es el mismo concepto que el colonialismo español y sus militares tiene con respecto al “moro” desde la guerra de liberación de Marruecos hasta hoy mismo. El recelo y prevención ante las 'sectas' y los 'gurús' actual es una versión atemperada de la misma manera de pensar y mirar.

El peligro del lujo sibarita. El historiador Robin Lane Fox, biógrafo de Alejandro el Magno, puso de relieve en su no menos magna obra 'El mundo clásico' una cuestión crucial del pensamiento europeo que arranca del imperio romano: la actitud ante el lujo. A pesar de ciertas películas, de la historia de Mesalina y de algunos excesos, la sociedad romana era puritana. Se suponía que las mujeres casadas eran enormemente recatadas y que las prácticas homosexuales masculinas estaban reglamentadas estrictamente respecto a roles de dominio o sumisión relacionados con la clase social o la calidad personal. Desde aquel lugar y momento histórico de Europa, las sociedades orientales del Asia Menor y más allá eran vistas con una mezcla de curiosidad y rechazo. El rechazo era hacia el poder absoluto de los sátrapas y el cultivo del lujo y el exceso; la combinación de autoritarismo discrecional y prodigalidad material y sensual era vista como una sola cosa por la mirada romana, estructurada por el respeto al derecho y asentada sobre la concepción democrática de la cultura griega. El pueblo era especialmente sensible hacia las ostentaciones de lujo, que era asociado con la tiranía, y los políticos debían ser vigilantes a este respecto. La combinación de fama, aristocracia y poder económico y político en las parejas matrimoniales de Isabel Preysler, más su origen y aspecto oriental, nos remiten inconscientemente a ese sentimiento que forma parte de los fundamentos de nuestra civilización. Pequeños caprichos como unos bombones de calidad, o productos de porcelana de gusto más bien dudoso, por citar el material que anuncia Isabel, son vistos como lujos por esa mirada hipócrita.

Deseo y rechazo ante el lujo y la molicie. Siguiendo con el punto anterior, se rechaza a Isabel Preysler que no trabaje y que se beneficie de las comodidades que le proporcionan sus maridos. Exactamente como han hecho miles y miles de mujeres casadas a lo largo de la historia. Parece reprochársele que no se gane la vida con su propio esfuerzo, y con ello se da a entender que es una mantenida: consolídase así el cliché de prostituta de lujo, con lo que se activa el prejuicio contra el lujo y la molicie. Pero que trabaje o no no añade ni quita nada a la honorabilidad de una esposa, igual que que tenga un buen pasar o que deba de hacer cábalas para llegar a fin de mes. Si lo hiciese nuestra moral pública precisaría una minuciosísima revisión. Por cierto que hacer publicidad o posar para fotografías a publicar en revistas es trabajar. Y una sesión fotográfica o un rodaje no es precisamente un descanso, como los no profesionales imaginan.

Nunca me ha gustado Julio Iglesias; lo que representa el marqués de Griñón está en las antípodas de mis ideales; Miguel Boyer resulta para mí una persona tan intelectualmente interesante como políticamente omitible. Nunca me ha interesado la vida de Isabel Preysler, ni la privada ni la pública, más allá de que consiguiera la adhesión devota de mi querido y añorado amigo Terenci Moix, 'chévalier servant' suyo en los últimos años de su vida. Sé, por él, que Isabel guardó en su álbum de recuerdos algún artículo que publiqué sobre ella. No fueron muchos, tampoco ella me interesaba excesivamente como personaje. Estuve atento a su trayectoria cuando fui director de la revista 'Indiscreta' y cuando publiqué una sección semanal del 'corazón' en 'El Periódico' mano a mano con mi amiga Pilar Eyre. Lo que sí me interesa es descubrir que cierta mirada popular es profundamente reaccionaria y permanece como tal siglo tras siglo.
http://gabrieljaraba.wordpress.com/

1 comentario:

  1. Gabriel: Article magistral. Molts petons. Margarita Sáenz-Diez

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