Ángel Sánchez de la Fuente
Nada más enterarme de la muerte de Xavier Vinader me ha venido a la memoria aquel día de octubre de 1969 en que nos conocimos. Fue en la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona que dirigía Julio Manegat, un periodista y escritor bien visto por el régimen franquista, pero sin el fanatismo de algunos de sus colaboradores más cercanos. Sin apenas darme cuenta, me encontré sentado en la clase al lado de aquel compañero cuya discapacidad física no podía pasar inadvertida. Se apellidaba Vinader y era de Sabadell. Al cabo
de unas semanas, me llamó la atención su facilidad para suscitar confianza en quienes lo rodeábamos día a día. Nos hicimos amigos y compañeros de pupitre, aunque en realidad no había pupitres en aquella escuela, sino sillas con apoyos para poder escribir. Acabados los estudios de Periodismo, nunca coincidimos en ninguna redacción, pero jamás he olvidado aquellos cuatro años en los que aprendimos más bien poco de un profesorado muy desigual. Xavi y yo admirábamos, eso sí, a Manuel del Arco, el mismo que sentó cátedra cultivando la entrevista corta y sin desperdicio. Lejos de la teoría, Del Arco se limitaba en las clases a contarnos sus andanzas periodísticas y a estimularnos a hacer reportajes que luego leíamos en voz alta. Solamente escuchando a Del Arco pensábamos ya que valía la pena ser periodistas.
de unas semanas, me llamó la atención su facilidad para suscitar confianza en quienes lo rodeábamos día a día. Nos hicimos amigos y compañeros de pupitre, aunque en realidad no había pupitres en aquella escuela, sino sillas con apoyos para poder escribir. Acabados los estudios de Periodismo, nunca coincidimos en ninguna redacción, pero jamás he olvidado aquellos cuatro años en los que aprendimos más bien poco de un profesorado muy desigual. Xavi y yo admirábamos, eso sí, a Manuel del Arco, el mismo que sentó cátedra cultivando la entrevista corta y sin desperdicio. Lejos de la teoría, Del Arco se limitaba en las clases a contarnos sus andanzas periodísticas y a estimularnos a hacer reportajes que luego leíamos en voz alta. Solamente escuchando a Del Arco pensábamos ya que valía la pena ser periodistas.
Xavi, a decir verdad, ya ejercía el periodismo como aficionado en un periódico local de su ciudad –el diario 'Sabadell'–, circunstancia determinante para que yo, neófito absoluto, abriera los ojos como platos cuando, en febrero de 1970, me invitó a cubrir una información en el palacio de Congresos de Montjuïc sobre un festival de preselección para Eurovisión. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer mismo. Con un magnetófono de gran volumen en bandolera, Xavi se movió entre bastidores como si fuese el mismísimo José María Íñigo. Yo le seguía embobado en el momento en que nos topamos con Joaquín Prat y Laura Valenzuela, los presentadores del evento. No daba crédito a mis oídos cuando escuché cómo Xavi, con inconsciente desparpajo, soltaba un “hola, Laurita, venimos a hacer unas entrevistas a los cantantes.” Ella, muy amable, nos franqueó la entrada. Entonces advertí claramente lo que sería una constante en la vida de Xavi: su minusvalía física, asumida con encomiable madurez, no devendría un obstáculo para ejercer el periodismo, sino una ventaja que siempre supo administrar. Aquel día, gracias a él, entrevistamos a cantantes como la italiana Gigliola Cinquettí, invitada de honor por haber ganado en 1964 el festival de Eurovisión con su célebre 'Non ho l’età'.
¿Quién iba a decirme a mí entonces que aquel compañero de clase iba a ser en el futuro el “flagelador de parafascismos,” como lo calificó el inolvidable y necesario Manuel Vázquez Montalbán? Por eso, entre otras cosas, en 1975 los ultras atentaron contra la casa paterna en Sabadell y quemaron la fachada. Y todavía menos podía imaginar yo que, en plena democracia, aquel exalumno de los Claretianos que tuvo a Pere Casaldàliga de profesor (a Xavi le gustaba recordarlo) iba a acabar exiliándose. Y todo, por haber entrevistado en el semanario 'Interviú' a un expolicía que denunciaba a varios ultraderechistas del País Vasco, dos de los cuales fueron asesinados por ETA pocos días después. Aunque parezca mentira, fue condenado a siete años de cárcel por “imprudencia profesional con resultado de muerte.” Le llegaron a acusar de haber señalado con la pluma a las víctimas, como si ETA tuviera necesidad de conocer sus objetivos a través de la prensa. Pasó un mes y pico en la cárcel de Carabanchel hasta que el Gobierno de Felipe González lo indultó.
Que Xavi iba a ser un periodista combativo se veía venir desde los albores de su carrera profesional, cuando ya con el carnet profesional en la mano, montó en Radio Juventud de Sabadell un programa titulado 'Guerrilla radiofónica', cuya sintonía era un canción dedicada al Che Guevara y en el que simulaba que un comando asaltaba los estudios con el fin de poner música de cantautores catalanes. ¿Cuántas querellas tenía sobre sus espaldas antes de su etapa en 'Interviú'? Más de 30, según recordaba él. Entre ellas aquella que le costó un proceso militar por haber entrevistado al carcelero del anarquista Salvador Puig Antich, ejecutado en la Modelo en 1974.
Xavi siempre vivió siendo consciente de que él era un portador peligroso de mensajes y que a menudo se acostumbra a matar al mensajero si el mensaje no gusta.
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