Elena Parreño Gala
Cuando acabas la carrera de periodismo, poco supones que tu condición de mujer te dificultará el camino en una profesión ya de por sí precarizada. Pero lo aprendes pronto. Después de más de 13 años en la profesión y de haber pasado por varias redacciones, puedo decir que el machismo impera en forma de abuso de poder.
Fui becaria en una emisora de radio estatal donde no cobraba nada y mi jefe me compensaba invitándome a comer a menudo. Este hombre escogía a las becarias en función de su físico, algo que descubrí un día cuando en la redacción un compañero y él se reían de las fotos de los currículos y acabaron escogiendo a la chica de los pechos grandes. Este hombre me echó del programa cuando empecé a salir con un chico. Después le dieron un programa en una televisión local y me ofreció una sección remunerada. El primer día le dijo al estilista que me vistiera sexy, y cuando le pedí explicaciones me dijo que los espectadores (hombres obviamente) cuando ven la tele quieren ver carne. Al día siguiente no volví.
En mi insistencia por encontrar un trabajo remunerado y digno como periodista, entré en una pequeña editorial de revistas. Allí el jefe era un hombre y todas las trabajadoras eran mujeres. Las despreciaba y gritaba constantemente, y ellas lo denunciaron. Ganaron el juicio y yo fui como testigo a petición de su abogado, quería que explicara mi experiencia al juez: yo trabajé allí sólo un mes, hasta que en el "amigo invisible" de Navidad, él me regaló un lápiz con forma de pene. "Alguien te ve estresada", me dijo. Al día siguiente no volví.
La dignidad cuesta cara
Me quedé sin trabajo y pasé auténticos problemas económicos. La dignidad cuesta cara. Después de unos años haciendo sustituciones y trabajos temporales, entré a trabajar en la redacción de un gran diario catalán, un diario progresista. Allí los más de 100 trabajadores tenían contratos dignos. Empecé a colaborar y pronto logré trabajos fijos que me obligaban a ir cada día a la redacción. Entonces me hicieron autónoma dependiente, una situación única en aquella redacción. No me contrataban. Y me quedé embarazada. Como autónoma, la prestación de baja por maternidad era una vergüenza, así que a los 15 días de dar a luz volví al trabajo diario en la redacción. Algunas veces llevaba a mi hija para poder darle el pecho allí mientras trabajaba, y esto rodeada de gente con condiciones de trabajo dignas y con derechos. Fue duro. El agravio comparativo de mi situación me hería la autoestima y encontré un trabajo mejor.
Los comentarios sobre mi físico o mi forma de vestir han sido una constante en mi carrera, siempre por parte de hombres. Tuve un jefe que, a los dos días de entrar a trabajar, me escribió un wasap para preguntarme por el significado de mis tatuajes. "No le contestes", me dijeron mis compañeros, "no eres la primera que lo sufre". Otro jefe cuando me veía me decía: "¡Ay si tuviera 20 años menos!". Tampoco es normal que te bloqueen la puerta para provocar el contacto o que te hagan masajes sin pedirlo. Señores periodistas: vuestras compañeras no tenemos tan mal las cervicales, duele más la dignidad. Señores periodistas: las becarias no vienen para el placer de vuestros ojos ni las insinuaciones impunes de vuestros flirteos. Vienen a estudiar periodismo, aunque lo primero que aprendan sea que ser mujer y joven en una redacción es un deporte de riesgo.
Estando en el gran diario progresista, recuerdo la llegada de una tanda de becarios, tres chicos y una chica. A ella la pusieron en la sección del Corazón y ellos pudieron escoger entre Política, Economía y Sociedad. Ella no tuvo opción. ¿Habéis sentido alguna vez vergüenza de levantaros hasta una impresora por si alguien os soltaba algún improperio? Yo sí, siendo becaria, y conozco a otras. También tuve un compañero, un hombre de renombre, que cuando hablaba con las chicas, nunca nos miraba a los ojos. Lo comentábamos entre nosotras, él le hablaba a nuestros pechos.
Tener que demostrar el doble
Hoy, cuando veo a una becaria en peligro de "babas", no puedo evitar ponerme a su lado y verme como en un espejo, e indignarme sabiendo que es pura discriminación de género, que los chicos becarios nunca pasarán por esto, que tendrán reconocimiento profesional mucho antes y no serán juzgados por su físico. ¿Por qué tenemos que demostrar el doble que tenemos talento? ¿O que podemos hacer el trabajo bien hecho vistiendo como nos dé la gana? No tenéis derecho a menospreciarnos o hablar por encima de nuestras voces en las reuniones.
Después de 13 años en la profesión, sé defenderme a la primera de cambio. Pero duele mirar atrás y ver cómo aquella reciente licenciada aprendió a hostias de machismo. Como mujer, he vivido situaciones que ningún hombre sufrirá nunca. Por eso paré el día de la huelga del 8-M. Y para muchas compañeras de profesión, ya no hay marcha atrás. #ProuPeriodismeSexista #StopPeriodismoSexista.