Gabriel Jaraba
Los historiadores de la prensa del futuro inmediato estudiarán la actitud de los periódicos impresos de Madrid cuando recibieron de uñas al séptimo presidente del Gobierno de la democracia, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, secretario general del Partido Socialista Obrero Español. Y al hacerlo, se sorprenderán al ver que ninguno de ellos consideró noticia de portada la fotografía del flamante primer ministro prometiendo su cargo sin tener delante un crucifijo y una biblia. Adoptaron, quizá sin ser conscientes de ello, la actitud del presidente saliente cuando marchó mirando al tendido al largarse a media sesión de moción de investidura en actitud de ahí os quedáis. Pero los periódicos no pueden encogerse de hombros y dar la espalda a los lectores cuando un hecho no les gusta, porque se deben a ellos y solamente a ellos; ay del medio de comunicación que considera oposición a su propio público.
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Pedro Sánchez promete su cargo en la Zarzuela el pasado 2 de junio. |
La prensa impresa española de hoy, en su casi totalidad, es del todo inviable en términos económicos, de audiencia y empresariales. Creen sus administradores que les hacen daño las redes sociales de internet y los supuestamente inextricables gustos del público, cuando este se ha regido siempre por lo de siempre: la gente hace caso de lo que le interesa, de lo que tiene algo que decirle que considere significativo. No ha sido internet lo que ha producido el desballestamiento económico de la prensa española sino las carreras enloquecidas producidas hace algunos años en torno a la televisión –Sogecable, Antena 3 y cosas así– en las que se fundieron las ganancias obtenidas con los periódicos. Ironías de la vida, aquel modelo de televisión entra ya en progresiva obsolescencia y quienes han acabado haciéndose con el botín han sido holdings extranjeros que actúan como duopolio, mientras que la empresa española no tiene nada que decir ante el desarrollo tecnológico y estratégico de las nuevas plataformas de televisión de pago. Los lectores abandonan la prensa porque no les interesa, no les gusta y creen que no les sirve. A la prensa le corresponde ganarse su interés, y no es otra su tarea. Pero las empresas periodísticas andan entretenidas con otros asuntos.
La prensa española es propiedad, en última instancia, de los bancos que han asumido sus deudas, y estos mantienen en vilo a las empresas periodísticas orientándolas hacia una u otra estrategia política de acuerdo con intereses que no son los de los lectores ni de la ciudadanía en general. En los últimos años hemos visto que se ha producido una concentración de los medios en torno a posiciones que podríamos calificar de derechistas siendo benevolentes y cualquier observador mínimamente moderado podrá constatar que un repaso de sus publicaciones arroja un aroma suavemente reaccionario.
Los medios digitales, que hubieran podido aportar innovación o por lo menos cierta renovación son en general panfletos partidarios directamente subvencionados por fondos cuya procedencia más vale la pena, por caridad cristiana, llamar opacos. No hay futuro ni en la prensa impresa ni en la digital, salvo ciertos medios aislados que se empeñan en hacer periodismo, como Eldiario.es o Público y algunos otros.
La prensa española de hoy día es un conglomerado de periódicos de partido o de intereses fragmentados interesados en provocar ciertos estados de ánimo políticos que ha respondido, en el campo mediático, a un proyecto de derechización de la sociedad en general. En mi tesis doctoral 'De qué hablan los periodistas españoles en Twitter' demuestro la extremada polarización ideológica de los profesionales en torno a un mundo ideológico e ideologizante que es muy reducido y limitado a lo que llamo “el Madrid periodístico institucional” en el que no se advierten señales de innovación ni de apertura de horizontes.
La recepción del nuevo gobierno por parte de ese mundo mediático, hecha a regañadientes, muestra no solo las dificultades del sector para abrirse a una nueva realidad sino el recelo que siente ante la posibilidad de verse privado de ciertos alicientes económicos e institucionales con los que se ha venido sintiendo como pez en el agua.
Falta saber ahora si el rediseño institucional que puede desprenderse del cambio acelerará unas transformaciones necesarias en la prensa o acelerará una obsolescencia informativa que se percibe ya como factual en el simple hecho de que los periódicos españoles de hoy se elaboran y se difunden de espaldas a los lectores y por tanto, del futuro más inmediato.