25 oct 2020

Unger: periodismo riguroso a fuego lento

Carmen Umbón
Buscando información que alumbrara algo el caos en que se ha convertido el primer mandato presidencial de Donald Trump, su posible continuidad al frente de la Casa Blanca y, en concreto, sobre las interferencias rusas que de una manera u otra contribuyeron a su triunfo, he llegado hasta un libro fascinante titulado 'House of Trump House of Putin'. Su autor, el prestigioso periodista estadounidense Craig Unger, ha seguido un método de trabajo convencional, de investigación a la vieja usanza, tan meticulosa y pormenorizada que cuando el volumen de información fruto de sus investigaciones desbordó los límites de los diarios se vio en la necesidad de darle un formato mas amplio, ganando a la vez en independencia y capacidad de maniobra para sus escritos. 


En 'House of Trump House of Putin', editado en 2018 y 'bestseller' de 'The New York Times', Unger desarrolla una inquietante y arriesgada hipótesis: Trump podría ser una marioneta del Kremlin. La culminación de un maquiavélico plan urdido por el comunismo y sus continuadores desde los años 70 para instalar un topo en el Despacho Oval y destruir desde dentro a su gran rival: los Estados Unidos de América.

Unger no es un advenedizo en la profesión ni un visionario adicto a teorías conspirativas. Su éxito nada tiene que ver con los tuits y retuits con los que ahora se pretende valorar el trabajo periodístico. Tiene una trayectoria profesional impecable y al mismo tiempo atrevida, en la que no ha eludido el riesgo. Neoyorquino de nacimiento (1949) creció en Texas, estudió en Harvard y ha sido subdirector de 'The New York Observer' y director de 'Boston Magazine'. Consiguió gran notoriedad en la década del 2000 a partir de sus investigaciones sobre las relaciones entre la familia Bush y la casa real saudí, que en aquel momento de exaltación patriótica (después del 11- S) nadie quería creer, y que quedaron plasmadas en otro libro de impacto titulado 'House of Bush, House of Saudi'. Aunque sigue firmando artículos en grandes cabeceras hoy su trabajo se centra básicamente en libros de investigación periodística.

Apoyado por búsquedas sistemáticas y averiguaciones rigurosas, Unger desgrana con detalle cómo la relación entre Trump y el mundo ruso de la vieja política y los incipientes negocios se inició a principios de los 80, cómo fue creciendo y ampliándose hasta quedar enganchado en una espesa red de clientelismo y dependencia. Tengo que admitir que la hipótesis es muy sugestiva, ideal para una gran novela de espionaje al estilo de John Le Carré, pero quienes fueron testigos de la decadencia de la URSS y de los primeros años de la nueva Rusia saben que colocar un topo en la Casa Blanca habría sido un objetivo absolutamente inalcanzable. Los cambios en la URSS transcurrieron en medio de un descontrol político y un desorden social de tal calibre que hacían imposible llevar a cabo un plan tan inteligente, sofisticado y maquiavélico.

Craig Under, autor de 'House of Trump House of Putin'.
Si resultara que Trump está desempeñando ese papel, aun en contra de su voluntad o sin ser consciente de ello (pensamiento que comparten algunos de los creyentes en el complot de largo recorrido), sería porque el azar se alineó con los astros en un mal día para la humanidad, no porque desde el Kremlin alguien supiera mover tan eficazmente los hilos. Esta determinante circunstancia, que Unger no ha tenido en cuenta en sus análisis, dibuja un relato mucho más realista de lo que ocurrió. Menos vistoso, desde luego, pero más creíble.

Cuando Mijail Gorbachov llegó al poder con la 'perestroika' en su portafolios de trabajo, sorprendió al mundo, a la nomenklatura soviética y a su propia ciudadanía. Pero no cogió desprevenidos a los servicios secretos, especialmente al KGB, que por su propia naturaleza estaban perfectamente informados de lo que se avecinaba. El joven político (54 años) se atrevió a desafiar a sus colegas proponiendo reformas que, de haberse llevado a cabo, hubieran limpiado las cloacas de aquel multiestado corrupto, saneado la administración y modernizado su obsoleta industria. No hacía falta mucha imaginación para suponer que, incluso incompletos, los cambios que se avecinaban acabarían con prebendas y vicios arraigados en la administración soviética, y que en el mejor de los casos cambiaría la titularidad de los beneficiarios.

Desmantelamiento y expolio


Quienes habían sabido sacarle provecho a su situación en el aparato del Estado comprendieron que solo había dos opciones: unirse a la conspiración para descarrilar las reformas o tomar el camino del exilio. Conformarse no entraba en los cálculos de los más atrevidos. Y así fue como muchos funcionarios recalcitrantes a los cambios desmantelaron y expoliaron los bienes que, al menos sobre el papel, el Estado gestionaba en nombre del pueblo soviético, su verdadero propietario. Con su botín en sus maletines tomaron rumbos diversos y algunos recalaron en Nueva York, donde se cruzaron con un ambicioso joven poco escrupuloso dedicado a los negocios inmobiliarios.

Lamentablemente, el experimento de la perestroika generó más expectativas que resultados, además de un enorme desgaste político que desembocó en agosto de 1991 en un golpe fallido contra Gorbachov y cuatro meses después en la fragmentación de las repúblicas que formaban la URSS. “Muerto el perro se acabó la rabia”. Gorbachov se quedó sin Estado y Boris Yeltsin, que había asumido la presidencia de Rusia en julio de ese mismo año, se convirtió de golpe en zar de lo que quedaba del imperio: 17,1 millones de kilómetros cuadrados y una población de 148,7 millones de habitantes. No fue una mala herencia para Yeltsin, ni para Vladimir Putin unos años después.

Sin embargo, la historia del topo no sería tan descabellada si el complot se hubiera urdido más tarde, en la década de los 2000, por ejemplo. Es sabido que pescar políticos o personas influyentes en aguas enemigas es una tradición del espionaje, y que durante 40 años esas prácticas se llevaron a cabo hasta el aburrimiento a ambos lados del Telón de Acero.

Muertos por investigar a Putin


Desde que comenzó la Guerra Fría hasta ahora, más de un centenar de estadounidenses cayeron en esas redes. Algunos fueron descubiertos, juzgados y condenados, sobre otros solo recayeron sospechas, pero ¿qué ocurrió con los que pasaron desapercibidos o no fueron identificados?

Todas estas preguntas, y muchas más, se plantean en el libro y se responden con informaciones y hechos que permiten a su vez desarrollar distintas hipótesis. Emulando a Ana Pastor en su programa 'El Objetivo'  podríamos decir que el autor aporta los datos y al lector le corresponde sacar sus propias conclusiones. Por descabelladas que parezcan.

Una postdata emotiva: Unger dedica su libro a todos los periodistas y disidentes que perdieron la vida investigando la cleptocracia de Putin.

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