28 feb 2021

L’home que va creure en TVE

Gabriel Jaraba

La primera vegada que vaig sentir parlar de José Manuel Pérez Tornero va ser a octubre de 1991, a la revista 'Cuadernos 90', un mensual d’inspiració socialista que dirigiem entre Francesc Trillas, Xavier Rubert de Ventós i un servidor, sota la inspiració de Raimon Obiols. En Quico Trillas m’hi va fer fixar: estàvem preparant un especial sobre la televisió pública i ens feia falta un veritable expert, i allà que aquell jove professor de la Universitat Autònoma de Barcelona va còrrer a assessorar-nos. Pérez Tornero no només
José Manuel Pérez Tonero, a les portes
de la Facultat de Ciències de la
Comunicació de la UAB (arxiu).
era professor, i després catedràtic, de periodisme sinó un investigador que tenia al cap tota la reflexió sobre els mitjans públics de comunicació, la televisió educativa i la relació entre una democracia digna de tal nom i uns mitjans de qualitat. A un servidor, que aleshores exercia la crítica de televisió a 'El Periódico' i s’ocupava de la materia com a redactor en cap d’aquest diari, el va sorprendre aquest expert provist d’una amplíssima cultura humanista, periodista professional ell mateix. No abundava la gent que es prenia seriosament la comunicació i encara menys qui en feia una reflexió en clau de qualitat democrática, i quan algú parlava de televisió i política era fent-ho donant cops de colze per fer-se lloc entre la batussa partidària.

De manera que a partir d’aquell moment en José Manuel i jo vam anar coincidint a diversos fórums internacionals sobre televisió, aquesta vegada amb un servidor passat a l’altra banda, representant la direcció de TV-3 en aquests espais de debat. I així vaig descobrir que la seva reflexió sobre la televisió pública era part d’una consideració global de la democràcia encapçalada per l’educació com a acció distintiva de la vida democràtica. Tornero no es limitava a teoritzar, que no és poc: va bastir la moderna televisió educativa d’Espanya, començant pel programa 'La aventura del saber' i va accedir a la presidencia de l’associació de televisions educatives iberoamericanes.

Ara mateix l’imminent nomenament com a president de la corporació Radiotelevisión Española agafa en José Manuel Pérez Tornero convertit en un dels grans experts internacionals de la UNESCO en matèria de alfabetització mediática i informativa i assessor de la Unió Europea en mitjans de comunicació públics. La reflexió torneriana sobre la comunicació i l’educació com a eix articulador de la democracia de qualitat ja ha estat desplegada i mostra reflexos tornasolats del pensament d’Edgar Morin sobre la societat complexa. Acaba de publicar el primer volum d’una obra de dos titulada 'La gran mediatización' (Ed. UOC) en la qual l’anàlisi del que ell anomena “l’expropiació de les nostres vides” que va començar amb el procés de digitalització general s’estén a nivell civilitzacional. Però la seva feina, un cop acabat el procés de consens entre forces polítiques i les seves conseqüències, será obrir un camí que permeti a la televisió i ràdio publiques de l’estat que s’adreci cap a la viabilitat, a la rellevància social i al compliment de la seva missió com a ens públic.

Fins ara mateix en José Manuel i un servidor hem estat col·laborant plegats al Departament de Periodisme i Ciències de la Comunicació de la UAB i a la Càtedra Unesco d’Alfabetització Mediàtica i Periodisme de Qualitat. Ara ell “passa a millor vida” il·lusionat pel repte de redreçar RTVE a partir de la confiança, sincera i fonamentada, que té en el talent dels seus professionals. Només té un problema: que s’ho creu. No és un burócrata i encara menys un oportunista al servei d’una trapelleria política. Creu en els mitjans publics i creu que el camí per a RTVE existeix. No és una il·lusió o un acte de bona fe: he vist el pla estratègic que ell va presentar al concurs de candidats a membres del consell d’administració de RTVE i no és cap broma. El problema dels que s’hi impliquin és que se’l han de creure perquè va de debó i no es pot negar. I arribarà un moment que els qui el donen suport hauran de certificar amb fets operatius les prèvies accions polítiques.

7 feb 2021

Los periodistas del Watergate, 47 años después

Carmen Umbón

Primera parte: "Papá, ¿eres comunista?"


A veces me he preguntado por qué la carrera de Carl Bernstein (Washington, 1944) había sido más anodina y ajetreada que la de su colega Bob Woodward (Geneve, Illinois, 1943), pese a que ambos llegaron al estrellato periodístico a la vez y en condiciones de igualdad. Tanto en el libro como en la película 'Todos los hombres del presidente' da la impresión de que en aquel momento (1972) Bernstein era el más experimentado y con mayor instinto periodístico de los dos. Más aún. Se le atribuye a él ser el primero en darse cuenta de la implicación personal de Richard Nixon en el 'caso Watergate'. Y justo ahora, cuando Woodward vuelve a brillar gracias a sus dos últimos libros sobre Donald Trump, he tropezado
Carl Bernstein y Bob Woodward, en 1972.
 con 'Loyalties' (Lealtades), una saga familiar firmada y editada por Bernstein hace 20 años que en su día me pasó por alto (creo que no ha sido traducida). Bernstein narra en sus páginas abominables historias del Comité de Actividades Antiamericanas, pero también da claves sobre su familia, su personalidad y su propia vida.

La parte histórica del libro está basada en las declaraciones del padre del periodista, Alfred Bernstein, abogado en Washington, defensor de personas perseguidas por el Comité de Actividades Antiamericanas, sobre todo en el periodo de mayor virulencia, el del senador por Wisconsin Joseph McCarthy (1950-1954). Pero la narrativa emocional corresponde a Carl, que experimentó siendo niño las consecuencias de ser hijo de comunistas en un país como EEUU donde, ni entonces ni ahora, esa circunstancia aporta lustre social ni ayuda a cimentar carreras.

Incluso el título del libro tiene un doble sentido. Lealtad “a América”, así, en abstracto, que es lo que el comité juzgaba, y lealtad de un hijo hacia sus padres, cuyas actividades él no comprendía cuando era niño. Tanto Alfred como Sylvia Walker, su madre, sufrieron las consecuencias de su compromiso ideológico. Fueron perseguidos, insultados, humillados; perdieron sus trabajos, padecieron el rechazo social de su entorno e incluso la incomprensión de algunos miembros de su familia. Los Bernstein y los Walker eran judíos secularizados, comprometidos e implicados en actividades solidarias de diversa índole, desde proteger a su comunidad hasta otras de mayor calado, como tomar parte en las luchas obreras en el primer cuarto del siglo XX. Su abuelo Thomas Walker y su tío Jake, ambos comunistas, e Itzel (cuñado de Thomas), socialista, militaron en organizaciones políticas y sindicales y vivieron en su propia familia la escisión de la Tercera Internacional.

Muchos años antes de que Carl firmara en 'The Washington Post' sus primeros trabajos, su madre, Sylvia Walker Bernstein, ya había aparecido en sus páginas y en otros medios de comunicación. Al día siguiente de testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas (15 de julio de 1954) fue portada del 'Washington Daily News' con el puño en alto. El título decía: “Ama de casa del Distrito de Columbia se acoge a la Quinta enmienda”. En 'The Washington Post' el presidente del tribunal afirmaba que la “apariencia” de Sylvia y de los otros diez testigos le había “convencido de que hay un núcleo duro del Partido Comunista en la capital de la nación”.

Y mientras Alfred defendía legalmente a los acusados por el comité, Sylvia, secretaria de profesión, participaba en manifestaciones y protestas cívicas, a veces acompañada por Carl o por sus dos hermanas. Tuvo un papel muy destacado en la campaña a favor de los científicos Ethel y Julius Rosenberg, neoyorquinos de ascendencia judía que fueron ejecutados en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953, condenados por entregar información a la Unión Soviética sobre la bomba atómica. Este hecho fue particularmente terrible para Carl, de 9 años entonces, que temía un final semejante para sus padres. Fue poco después cuando en un momento de intimidad le preguntó a su progenitor: “Papá, ¿eres comunista?”

El libro tiene un poso de amargura. Carl creció. Cuando se hizo mayor comprendió la nobleza y la valentía del comportamiento de sus padres, pero al mismo tiempo se sintió obligado a explicar desde su observatorio privilegiado lo que había ocurrido en aquel periodo de la historia de su país. Sus padres, muy orgullosos de sus éxitos profesionales, le ayudaron facilitándole información de primera mano, documentos de archivo y contactos, pero no querían una exposición pública de sus vidas tan evidente. Hubieran deseado que, sin ocultar la verdad, sus desventuras personales hubieran quedado diluidas junto a otras víctimas de la caza de brujas. No fue así. De alguna manera fueron los protagonistas y eso ensombreció las relaciones entre ellos y su hijo. Los Bernstein-Walker acabaron su vida laboral regentando una lavandería levantada con la ayuda económica de su familia, siempre bajo la vigilancia del FBI.

En cuanto a la desigual carrera de Carl Bernstein, su infancia difícil y lo peculiar de su familia probablemente influyeron en su desarrollo. Esas circunstancias ayudaron a forjar en él un carácter enérgico, díscolo y poco inclinado a doblegarse ante las convenciones sociales o profesionales. No llegó a graduarse en la Universidad, lo que aparte de disgustar a sus padres no le impidió ganar un premio Pulitzer compartido con Woodward por las informaciones sobre el Watergate, un trabajo que tuvo enormes repercusiones políticas. Pese a ello, la señora Katharine Graham no lo invitó al 70 aniversario de la fundación de 'The Washington Post', revelando, cualquiera que fuese el motivo que la impulsó a ello, poca generosidad con alguien que ayudó a encumbrar su periódico a lo más alto y contribuyó a la caída del presidente Richard Nixon.

Después de abandonar 'The Washington Post' en 1977, Bernstein ha desarrollado una trayectoria brillante pero errática y socialmente deslucida. Ha tenido incidentes con el alcohol, cambiado mucho de empleo, se ha casado tres veces, y su divorcio de la escritora Nora Ephron fue un sonado escándalo. Se produjo a costa de un apasionado romance con la periodista Margaret Jay, esposa del embajador del Reino Unido en EEUU. El asunto dio lugar a una película de Mike Nichols, con Meryl Streep y Jack Nicholson como protagonistas, y con guión de la propia esposa ultrajada.

Segunda parte: Woodward, favorito en la Casa Blanca


En cuanto al otro protagonista del Watergate, Bob Woodward, su carrera ha sido firme, sin titubeos, ascendente hasta alcanzar una posición de influencia poco común en esta profesión. Pero su trayectoria es coherente con lo que se podía esperar de alguien como él. Nació en el seno de una familia de clase media acomodada y conservadora, también dedicada a los tribunales. Pero a diferencia de Al Bernstein, Alfred Eno Woodward II, juez de profesión, desarrolló sus funciones de acuerdo con su estatus. Bob nació de su matrimonio con Jane Upshur, y la pareja se divorció cuando él era adolescente.

Alumno destacado en secundaria, Bob estudió en Yale Historia y
Woodward y Bernstein, en el 2018.

Literatura Inglesa con una beca del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva (ROTC), organismo destinado a que jóvenes universitarios se conviertan en oficiales de las Fuerzas Armadas de EEUU. Después de graduarse en 1965, sirvió durante cinco años en la Marina como retribución a la beca recibida y en agosto de 1970, ya licenciado como teniente, solicitó trabajo en 'The Washington Post'. Tras 15 días de prueba fue rechazado por falta de experiencia pero después de un año como reportero en el 'Montgomery Sentinel' lo contrataron. Desde entonces, con dos premios Pulitzer compartidos a sus espaldas (el segundo por la cobertura del 11-S), siempre ha permanecido unido al 'Post', del que es editor asociado, y ha compaginado su actividad con la escritura de una veintena de libros.

Bob Woodward es, probablemente, el periodista que ha tenido más y mejor acceso a la Casa Blanca en la historia, tanto con presidentes demócratas como republicanos, y con todas las instituciones del Estado federal. Pero su relación más estrecha, de amistad, fue al parecer, con George Bush hijo, hasta el punto de verse arrastrado al cenagal de las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak. Su indiscutible talento y su brillantez no lograron mantenerlo al margen de esa guerra y además se vio implicado en un obscuro caso: el de Valery Plame.

Woodward fue cuestionado por silenciar informaciones relacionadas con la filtración de la identidad de Plame, agente encubierta de la CIA. Desvelar la identidad de un agente está tipificado como delito porque pone en peligro no solo su vida, sino también la de las personas con las que trabaja. Este tropezón, más las críticas que su presunta relación con la CÍA han suscitado a lo largo de su carrera, no mermó su capacidad para seguir en el candelero. Mantuvo su ritmo productivo, verdaderamente espectacular, y cuando Trump apareció en el horizonte aprovechó el terremoto para escribir dos libros: 'Miedo', sobre los preparativos para su aterrizaje en la Casa Blanca, y 'Rabia', sobre la pandemia. Ambos trabajos, publicados en castellano por Roca Editorial, merecen la pena. El primero podría haberse titulado 'Caos en la Casa Blanca' porque es exactamente lo que describe, pero el autor prefirió el elegido porque fue el propio Trump quien lo sugirió. “El verdadero poder —ni tan siquiera quiero pronunciar la palabra— es el miedo”, declaró ante sus entrevistadores Bob Woodward y Robert Costa el 31 de marzo de 2016. Para 'Rabia' el periodista entrevistó al presidente 17 veces. Y con sorprendente habilidad, porque pese al rigor informativo de su trabajo ha conseguido mantener una relación fluida y no enemistarse con él. "Provoco rabia, no sé si es un activo o un riesgo, pero es lo que hago", le dijo Trump, y esta frase inspiró a Woodward para el titular de su última publicación.

La tumultuosa presidencia de Trump ha acercado de nuevo a Bernstein y Woodward después de años de distanciamiento. Juntos escribieron sus dos primeros libros: El escándalo Watergate, luego rebautizado como 'Todos los hombres del presidente', y 'Los últimos días', sobre la caída de Nixon. Después, cada uno siguió su camino. Pero 30 años más tarde Carl no participó en la redacción del libro sobre Garganta Profunda, titulado 'El hombre secreto', firmado en solitario por Bob después de que el exalto cargo del FBI William Mark Felt desvelara en 2005 que era él el misterioso informante del 'caso Watergate'. De hecho fue Bob el único elegido por Felt para los contactos, seguramente porque su perfil le resultó más digno de confianza.

La aparición de ambos en la cena de corresponsales de la Casa Blanca, el 29 de abril de 2017, celebrada en el hotel Hilton de Washington, selló por todo lo alto el reencuentro. Aquella noche el presidente Trump desairó a la comunidad de periodistas y no asistió al evento como es tradición desde los años 20. Tampoco lo hizo al año siguiente. Fueron sus colegas, los corresponsales en la Casa Blanca, quienes convirtieron a Carl y Bob en estrellas del encuentro. “Nuestro trabajo consiste en ofrecer la mejor versión de la verdad que se pueda obtener, en especial ahora”, aseguró Bernstein para animar a sus colegas. “Señor presidente, los medios no son noticias falsas”, dijo Woodward dirigiéndose al ausente.

No sabemos si Trump habrá leído los dos últimos libros de Bob, pero en el caso de que lo haya hecho, desde luego no los ha comprendido si aún no le ha retirado la palabra. Como muestra, vale este ejemplo. Gary Cohn, expresidente de Goldman Sachs y luego consejero económico de Trump, le dijo en privado al periodista refiriéndose a sí mismo y a Rob Porter, secretario personal del presidente: “Lo importante no es lo que hemos hecho por el país sino lo que hemos evitado que él haga”.