25 oct 2024

En la redacción no se llora

Carmen Umbón
Recién llegada a 'Mundo Diario', poco después de la muerte de Franco, conocí a Ángel Sánchez de la Fuente. El diario gozaba ya de una merecida fama de rigor y compromiso progresista pese a las limitaciones materiales en las que se desarrollaba el trabajo, y yo estaba feliz por la suerte que había tenido de ser contratada allí. La sección de política brillaba con luz propia en aquella pequeña redacción y su jefe, Ángel, emanaba de manera natural una autoridad que superaba en mucho su edad y su cargo. Hasta el punto de que en una conversación de pasillo, distendida, que mantuvo con el subdirector Alfredo Martínez —y que escuché por casualidad— los confundí, creyendo que el que ostentaba el cargo más alto era él.
Ángel Sánchez (el primero de pie por la izquierda) junto a algunos de los primeros miembros de la redacción de 'El Periódico de Catalunya'. En el otro extremo, Antonio Franco, su primer director.

Nunca tuve el privilegio de trabajar directamente a sus órdenes, pero su magisterio iba mucho más allá de los estrechos límites de una sección. Si se prestaba atención se aprendía, y a mi me hacía mucha falta, porque venía de Madrid tras varios años en el extranjero y no conocía ni la ciudad ni Catalunya.

Un día que mi cometido era vigilar las erratas en el suplemento dominical estaba preocupada porque no se me escapara ninguna sobre el 'caso Lockheed', el tema que iba en portada. Lo miré y remiré 20 veces. Estaba bien, así que me fui a casa tranquila y satisfecha. A la mañana siguiente vi que el título del suplemento era “El escándolo (con o) de la Lockheed”.

Me cayó una justificada reprimenda y me fui a llorar al baño, un lugar clásico de desahogo para las chicas, más proclives al llanto que nuestros colegas varones cuando las cosas salían mal. Antes de entrar me crucé con Ángel que vio mis lágrimas, estuvo pendiente de que saliera y acto seguido me dio la gran lección de mi vida: “Pase lo que pase, en la redacción no se llora. Bajo ningún concepto. Si te muestras débil pierdes credibilidad”. Y me confesó que a veces también él sentía desánimo porque las cosas no salían perfectas, pero había que sobreponerse.

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