Carmen Umbón
Mateo Madridejos se ha ido con la misma serenidad y discreción que tuvo en vida ante las adversidades públicas y privadas que el azar le obligó a afrontar. Su figura profesional y personal ha sido glosada estos días con acierto y cariño por sus compañeros José Antonio Sorolla, Albert Garrido, Enric Sala y Joaquim Coca, que compartieron con él años de trabajo, sobre todo en 'El Periódico de Catalunya'. Pero yo quiero evocar aquí una imagen más próxima, más humana y también enriquecedora y divertida, derivada del trato cotidiano en la sección que él dirigía. Aparte del trabajo cotidiano, que ya en sí mismo era estimulante, tuvimos la oportunidad de compartir una experiencia extraordinaria: un viaje a la Unión Soviética. Fue en los 80, poco después de que Mijail Gorbachov fuera elegido secretario general del PCUS. Viajamos a Moscú con un grupo de periodistas españoles y pudimos contemplar en directo los inicios de aquella transformación prometedora y a la vez inquietante del imperio comunista, que llevaba ya tiempo dando muestras de cansancio y desgaste de su sistema político.
Pero empecemos por el principio. La muerte del general Franco y
los inicios de la transición estaban barriendo de los medios de comunicación a la mayoría de profesionales experimentados de cierta edad, y sólo quedaron aquellos que en plena madurez profesional fueron capaces de adaptarse a los cambios. 'Mundo Diario' fue, sin duda, uno de los mejores ejemplos de aquella nueva prensa rompedora que contribuyó decisivamente a facilitar la transición pese a su corta vida.
Mateo Madridejos (Foto: Laura Guerrero). |
los inicios de la transición estaban barriendo de los medios de comunicación a la mayoría de profesionales experimentados de cierta edad, y sólo quedaron aquellos que en plena madurez profesional fueron capaces de adaptarse a los cambios. 'Mundo Diario' fue, sin duda, uno de los mejores ejemplos de aquella nueva prensa rompedora que contribuyó decisivamente a facilitar la transición pese a su corta vida.
Y fue allí, a finales de los años 70, cuando conocí a Mateo. Josep Pernau era el director; Eduardo Álvarez Puga, subdirector, y Mateo Madridejos redactor jefe. El resto éramos jóvenes entusiastas dispuestos a aprender y a darlo todo en aquel periódico tan peculiar, de izquierda, que se esforzaba en dar una buena información dirigida a un tipo de lectores hasta entonces ignorados.
Excelente conversador, Mateo no eludía las charlas políticas con los novatos y novatas pese al poco interés intelectual que sospecho despertábamos en él. Con su acento de Jaén, que nunca perdió del todo, nos daba todos los días en tono entretenido y coloquial alguna clase magistral sobre temas diversos que giraban en torno a las noticias del día. De aquella época data su famosa frase: “A mí un folio no me dura tres minutos en el carro” (de la máquina de escribir, se entiende). Y era cierto. Escribía con una celeridad y una perfección mecanográfica solo equiparables a las de Manolo Vázquez Montalbán, también colaborador de aquel diario durante un breve periodo de tiempo, quien pese a su rapidez necesitaba algo más de tres minutos para acabar su folio.
Pero las cualidades de Mateo como “adivino” no parecían tan buenas como las de mecanógrafo… "Nicaragua no es Cuba", decía. "Los sandinistas no van a ganar porque Washington ya ha aprendido la lección. No sé por qué le dais tanta importancia a esa posibilidad”. Pero a mediados del 79 los sandinistas entraron en Managua y derrocaron la dictadura de Anastasio Somoza. Mateo encajó “su” derrota con mucha “donosura” (palabra que a él le gustaba utilizar en aquel tiempo) porque en el fondo estaba encantado de que aquellos rebeldes barbudos y descamisados --en cuyas filas había algunos curas-- hubieran acabado por fin con el poder de aquella familia de desalmados. La invasión estadounidense de la isla caribeña de Granada en octubre de 1983 dio en parte la razón a Mateo, pero el paso del tiempo demostró definitivamente que su tesis era la correcta. Después de Nicaragua ya nunca ninguna guerrilla pudo imponerse en el continente latinoamericano contra la voluntad de Estados Unidos.
En lo que a mí respecta, con muy poca experiencia profesional en diarios, tenía la pretensión de acabar en Internacional y se lo dije. “No tengas prisa”, me sugirió, “vete preparando para cuando surja la ocasión”, “tienes una buena base, así que lee mucho, estudia: historia, geografía, filosofía… y el resto te llegará solo”. Le hice caso y tres años más tarde “surgió la ocasión” en 'El Periódico de Catalunya'. Algún tiempo después, un gran golpe de suerte me trajo al propio Mateo como redactor jefe.
Nunca le agradeceré bastante que me descubriera a Eric Hobsbawm, uno de los historiadores que más me han influido personalmente. Británico, de origen judío y comunista, aunque personalmente Mateo no tuviera muchas coincidencias con su pensamiento, valoraba su rigor analítico positivamente y estaba seguro de que a mí me entusiasmaría, como así fue. Y este era un rasgo característico de él. Católico practicante y moderadamente conservador en lo político --pero con profundo arraigo democrático-- era capaz de confraternizar con cualquiera y discutir de política durante horas desde el respeto y la tolerancia.
En realidad, fueron buenos tiempos y había muchas señales positivas de que el mundo estaba cambiando y caminaba hacia un futuro mejor. La Guerra Fría había parecía haber terminado aunque en realidad había quedado en tablas, EEUU y la URSS vivían un periodo de distensión tras la firma de los pactos de desarme, y el gigante comunista se estaba cuestionando seriamente introducir cambios en su sistema para garantizar mayor bienestar y libertad a su población. Pero pese a todas estas pistas alentadoras, Mateo seguía repitiendo un viejo mantra de su propia cosecha: “Del Gulag no se vuelve”. Y también: “De las dictaduras de izquierda no se sale”. Una manera de decir que el comunismo era irreformable desde dentro e imposible convertirlo en una democracia.
Durante el viaje fue muy instructivo contemplar ese país al que le habíamos dedicado tanto tiempo de trabajo y estudio. Desde nuestras diferentes posiciones ideológicas, mirando los mismos fenómenos vimos cosas distintas, y así las explicamos, y quiero creer que en realidad eran verdades complementarias que ayudaban a entender la nueva situación.
Aquel primer contacto con la URSS nos entusiasmó tanto que a esa visita le siguieron otras, ya por separado, y también a los países de detrás del Telón de Acero. Fruto de esos viajes Mateo escribió 'La sonrisa de la perestroika' (1987) y 'La caída del Muro: del comunismo a la democracia' (1990). La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 precipitó la salida de la órbita soviética a los países del Pacto de Varsovia y a partir de ahí la situación evolucionó muy deprisa, ya que en diciembre de 1991 la desintegración de la URSS y la llegada de Boris Yeltsin al poder puso punto final a una aventura que había comenzado en 1917.
En 1990 Mateo dejó 'El Periódico' para tomar parte en una aventura periodística que no salió bien, y aunque regresó cuatro años más tarde, ya no volvió a la sección de Internacional. Pero aunque fuera de manera menos intensa y espaciada seguíamos recibiendo los beneficios de su sabiduría. Siempre respondía a las preguntas y aclaraba las dudas.Y aquí retomamos con Mateo, de nuevo, la vieja discusión sobre el Gulag y su desintegración. La obra de Aleksandr Solzhenitsyn 'Archipiélago Gulag' había desvelado lo peor de la represión soviética: el sistema carcelario y los campos de trabajos forzados en los que se encerraban a los disidentes. Así que nos preguntábamos si el final de la URSS implicaba el final del comunismo, si el sistema había implosionado por su naturaleza y sus propios defectos o si la presión exterior había sido decisiva. Y también hasta qué punto y en qué lugar podría sobrevivir el modelo soviético del comunismo.
No hace falta explicar que la deriva de Rusia en los 90 y la llegada de Putin al Kremlin fue una catástrofe para todo el bloque soviético, contemplada con maligna neutralidad por el capitalismo occidental, especialmente por EEUU, encantado de que el gran rival desapareciera en aquella debacle. Solzhenitsyn, en su ensayo crítico de 1998 'Rusia bajo avalancha', fue suficientemente explícito. Describió el régimen político de aquel momento como un sindicato del crimen organizado que controlaba al presidente (Yeltsin) y el 70% de todo el dinero ruso. La opinión de Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y disidente, es muy valiosa ya que fue víctima del sistema soviético. Estuvo preso entre 1945 y 1956 y bajo estrecha vigilancia hasta la llegada de Gorbachov. Falleció en 2008 a los 89 años.
Aunque no sorprendido, Mateo quedó tristemente impresionado por el análisis de Solzhenitsyn, a quien admiraba mucho. Y desde entonces, hace ya 25 años, la situación no ha dejado de empeorar hasta culminar con la guerra de Ucrania, un hecho que a Mateo, por razones personales, le afectó especialmente.
Tuve el privilegio de trabajar a sus órdenes, de ser su “alumna” en el sentido más amplio del término y me alivia pensar que sus creencias religiosas le hicieron más fácil el tránsito hacia el descanso eterno.