4 oct 2011

RTVE o la ambición de los partidos de controlarlo todo

Carles Pastor
No fue un desliz. El acuerdo del consejo de administración de
RTVE para espiar los informativos cumplía el sueño lúbrico de
tantos políticos de uno y otro signo, con honrosas excepciones.
Ahí es nada, poder seguir en tiempo real la elaboración de las
noticias de los telediarios. ¡Menudo regalo de los consejeros del
ente a los jefes del partido que les ha nombrado! Poder saber
a tiempo de influir que el mío va a salir menos que los otros
en el Telediario de las tres; que sus declaraciones aparecerán
demasiado abreviadas o detrás de las del rival en el de la noche;
que las imágenes del jefe serán poco favorecedoras...


No, no trato de desacreditar la política o de negar la
importancia y necesidad de los partidos políticos. Lo que ocurre
es que la democracia se basa en un equilibrio de poderes y los
políticos tienen un papel y los periodistas, otro. Y los partidos
tienen la tendencia innata e insaciable de ocupar todos los
espacios de poder que tienen a su alcance: desplazan a los
funcionarios por asesores y personas de confianza; gastan a
espuertas el dinero público para garantizarse la reelección;
colonizan los órganos institucionales y orientan y hasta elaboran
la información de lo que quieren que se sepa de ellos.


Hace unos años, bajo la presidencia de Pujol, Unió decidió
boicotear los órganos de gobierno de la Corporació Catalana de
Ràdio i Televisió porque, en su programación, TV3 no respondía
al programa electoral de CiU. Lo planteó así, sin complejos. Lo
encontrarán en las hemerotecas.

Desde hace un tiempo, algunos partidos impiden el acceso
de las cámaras de televisión a sus actos públicos (mítines
electorales, por ejemplo). Es el propio partido el que facilita a las
cadenas las imágenes ya editadas para su difusión. Naturalmente,
contienen las escenas más favorecedoras del líder de turno, las
que recogen la idea fuerza que sus asesores han decidido que
debe colocar aquel día. Nada de imágenes de público aburrido ni
de pancartas incómodas. De tanto en tanto, alguna televisión
informa con un tímido rótulo que esas imágenes han sido
facilitadas por el partido político correspondiente. A los
periódicos y agencias se les envía notas de prensa con supuestas
declaraciones de un líder, tituladas y con las frases
entrecomilladas que desean que sean destacadas. Lo peor es que a
menudo lo consiguen. Por no hablar de las ocasiones en las que
deciden dar la cara y comparecen en público pero sin admitir
preguntas, no sea que algún periodista se interese por aspectos no
deseados y estropee así el mensaje del día. Y cuando llegan las
elecciones, la traca final: con los espacios informativos repartidos
entre las candidaturas proporcionalmente a la fuerza obtenida
cuatro años atrás, como si de propaganda gratuita se tratase. Los
partidos que más se ven favorecidos por ese reparto procuran
boicotear los intentos de algunos canales públicos de flexibilizar
ese corsé. Ahora llega la moda del tuiter: los políticos dejan ir sus
mensajes, sin posibilidad de ser interpelado, matizado o
preguntado, y los periódicos, radios y televisiones se tirar de
cabeza para reproducir la última parida del personaje. Los
periodistas estamos cavando nuestra propia fosa.

¿Cómo quieren que dimitan los consejeros de RTVE que
votaron o facilitaron con su abstención aquel acuerdo, si se
limitaron a cumplir con lo que se esperaba de ellos?

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