Gabriel Jaraba
Dentro de unos quince días comenzaremos de nuevo las clases en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB, y con ello, mi docencia en la asignatura de Escritura Periodística en Multimedia e Interactivos, en el segundo curso del grado en Periodismo. E igualmente llegará una nueva hornada de alumnos de primer curso, dispuestos a iniciarse en el camino universitario; mucha inquietud, bastante desorientación y enormes ilusiones. A los alumnos de ambos cursos suelo dirigirme a veces instándoles a que se planteen muy seriamente su vocación, el estado de su motivación y su capacidad de determinación para avanzar por una ruta que les ha de llevar a ser periodistas. Para describir ese punto al que se dirigen suelo decir que se trata de “la tormenta perfecta”. Si la profesión ha sido siempre azarosa y difícil, ahora parece una misión imposible, cuando tanto la industria de la información como la práctica del periodismo están sometidas a enormes interrogantes e incertidumbres. El reto es mayúsculo, y por tanto es necesario que el estudiante de periodismo se tiente bien la ropa para dirigirse a ese núcleo tormentoso que inevitablemente le espera.
La facultat de Ciències de la Comunicació de la UAB, a Bellaterra. |
La mayoría de las profesiones requieren de mayor o menor componente voca- cional, pero en el caso del periodismo es necesario un cien por cien del mismo. ¿Cómo saber si alguien tiene una vocación sólida de periodista para poder serlo en el futuro? Examinando sus cualidades presentes, por ejemplo estas:
Curiosidad. El periodista es un ser curioso por naturaleza: todo le interesa, todo le interpela, todo le moviliza. Tiene los ojos siempre muy abiertos y no se le escapa (casi) nada. Si no te interesa la realidad, si cuando te despiertas no te lanzas sobre los medios para ver las portadas y los noticiarios del día, si cuando llegas a clase por la mañana no te sabes los titulares principales, a otra cosa, mariposa.
Voracidad lectora. El periodista lee de todo, lo lee todo, está todo el rato leyendo. De mi dicen, sarcásticamente, que leo las etiquetas de las latas de conservas. Es cierto. Es mi obligación. Lee todos los periódicos, webs de noticias, muchísimos blogs, repasa de cabo a rabo Twitter, y descubre a cada momento nuevas publicaciones que le informan, enriquecen y movilizan.
Humildad. El periodista es un escritor práctico; lo que aprende y conoce debe ser puesto en palabras escritas, videografiadas o radiadas que comuniquen noticias. Ese espíritu práctico le hace darse cuenta de que eso no es fácil, y que hay mucho que aprender. El periodista aprende continuamente, y eso le hace humilde. Sin esa humildad práctica se convierte en un 'enterao', alguien pagado de si mismo que cree que ya lo sabe todo. Un problema de los jóvenes actuales es que cuando ya son adultos permanecen peligrosamente apegados a ciertas formas culturales de lo que yo llamo la burbuja generacional adolescente. Un estudiante de periodismo debe romper la burbuja de sus gustos, opiniones e intereses para abrirse a los centros de interés que atañen a todos.
Puntualidad. Cuando un alumno llega tarde a clase le digo: “Si trabajaras en la tele habrías llegado tantos minutos tarde a la sesión de grabación en la que se te esperaba, y la sala de edición o el plató estaban funcionando ya hace tiempo, con el taxímetro de los costes de producción corriendo. Tu retraso perjudica el presupuesto de tu programa y el trabajo colectivo de tu equipo, y no hay excusa para esto. Lo mismo sucede si en un diario o revista entregas tarde tu pieza que debe ser impresa. Y no digamos en un informativo o programa en directo: despido instantáneo”. El periodismo no es una profesión liberal sino un empleo en una estructura industrial, y en ello, eficacia equivale a disciplina.
Compañerismo. Es mentira que el mundo pertenece a quienes dan codazos a los demás y compiten despiadadamente con los compañeros; las nuevas condiciones, duras y precarias, que esperan a los jóvenes periodistas se superan con cooperación, espíritu de equipo, innovación colectiva y audacia personal y grupal, pues ninguno de los retos e interrogantes que aparecen a la vista tienen solución individual. El periodista deberá ser innovador, y esa innovación solamente puede ser cooperativa.
Laboriosidad. Siempre se ha reclamado laboriosidad en todos los oficios y profesiones, pero ahora la laboriosidad es una de las formas que toma la audacia, otra cualidad propia de un periodista. Todos los grandes de la profesión han sido los primeros en llegar a la redacción y los últimos en irse, los que han estado horas y días al pie del cañón en las coberturas y corresponsalías. En la época del corta y pega, de la sumisión a los gabinetes de prensa y la masticación acrítica de los comunicados es el laborioso audaz, que insiste, persiste y resiste el que halla la pieza periodística que marca la diferencia.
Mirada crítica. El periodista es un profesional de la pregunta. Interroga a la realidad, a las fuentes, a la gente, sobre lo que sucede, para obtener retazos de verdad con los cuales comunicar al público lo que verdaderamente sucede. Sabe que la objetividad total no existe y tampoco una sola verdad unívoca, y por tanto cuenta solamente con su escepticismo para avanzar en la maraña de datos a veces contradictorios. La objetividad no existe pero la independencia sí: la mirada crítica es fruto de su actitud profesional y periodística: al servicio únicamente del público, y no de otros intereses, ni siquiera los de la empresa donde trabaja.
Bondad. La mala gente no puede ser buen periodista. Las malas personas que hacen periodismo, muy a la vista hoy en muchos medios, hacen un periodismo execrable; parcial, sesgado, que sujeta la información a la opinión y esta a intereses ajenos. El buen periodista, además de estar al servicio de la verdad desde la independencia, está siempre a favor de los débiles y los desfavorecidos. Hacemos periodismo para cambiar el mundo, y ese cambio solamente se puede dar apoderando a los que no tienen poder por medio de la difusión de la información y el conocimiento. Sin esa vibración interior de identificación con los débiles no se es buen periodista. Además, uno de los factores de éxito de cualquier (y subrayo lo de cualquier) medio es que de una manera mágica y muy sutil, el público percibe, también inconscientemente, el buen rollo o mal rollo con el que está hecho. Cuando notamos que un medio ha decaído en su interés, ha empeorado o no nos motiva como antes, seguro que también ha decaído el estado de ilusión colectiva con el que lo hacen sus periodistas. Esta regla de oro es ignorada sistemáticamente por las empresas y es una de las causas de su presente decadencia. Solamente hay buen rollo en los medios cuando quienes trabajan en ellos son buenas personas.
Seguro que me saldrían más cualidades necesarias, pero con estas ya basta para que sepamos si tenemos o no madera de verdaderos periodistas.