Joan Cañete Bayle
Cuando yo iba a la facultad de Periodismo en los 90, el profesor Miquel Rodrigo explicaba muy bien que un acto terrorista es un acto comunicativo. Razonaba Rodrigo que el acto terrorista es un mensaje de violencia extrema que pretende difundir el terror en el seno de una sociedad. Por tanto, a diferencia de otros tipos de asesinatos o actos violentos, el acto terrorista busca difusión, notoriedad, no existe un acto terrorista cometido con discreción. Para ello, en la época tradicional de la comunicación de masas, el acto terrorista se basaba sobre todo en uno de los elementos que hacen que el acontecimiento se convierta en noticia: la espectacularidad. A más espectacularidad, más difusión. El 11-S es el mejor ejemplo.
Imagen de archivo de James Foley, asesinado por el Estado Islámico. |
Pero un debate importante para una sociedad siempre acaba dándose, de una forma u otra. Y en este caso, suele ser en la forma de la expresividad de las imágenes. ¿De verdad es necesario enseñar con toda su crueldad los efectos de un atentado terrorista? Y en ese caso, ¿cómo se establece el baremo de lo que no es cruel, un poquito cruel, cruel a secas, muy cruel, demasiado cruel, excesivamente cruel? Es de sobras conocido que en el 11-S la prensa estadounidense (y por ende, la occidental) no mostró las imágenes de las víctimas. En su famoso alegato en el Congreso, Pilar Manjón cargó contra los medios por mostrar la explosión del 11-M captada por las imágenes de seguridad de la estación de Atocha. Cuando mostramos lo que se llama “imágenes explícitas”, lo más fácil es acusarnos, a los periodistas, de sensacionalismo. Acusación que es un cliché, en realidad: nadie veía las fotos o las imágenes descartadas. Curiosamente, esta acusación solían hacerla aquellos que dicen que cuando ven imágenes de niños muriéndose de hambre en África en el informativo del mediodía apagan la tele para que no se les indigeste la comida.
Ya no estamos en la época tradicional de la comunicación de masas. Estamos en la época de la comunicación 2.0, en la que millones de personas en todo el mundo tienen herramientas (las redes sociales) para publicar y difundir. Compartir, se llama. Este 22 de agosto, lo que se ha compartido con fruición es la decapitación de James Foley a manos del Estado Islámico. Se ha compartido el terror. ¿Cómo era eso…? Ah sí, sensacionalistas.
No encontraréis en este post una postura monolítica, una regla de oro sobre este tema, porque no la tengo. De entrada, desconfío de aquellos a quienes los niños barrigudos de África les arruinan el almuerzo. Esas imágenes, esas informaciones, sirven para denunciar, y esa, la denuncia, es una de las funciones del periodismo; garantizar una buena digestión de la audiencia no lo es. Por este mismo motivo, la denuncia, han corrido por las redes vídeos brutales (en todo el sentido del término) de la destrucción de Gaza a manos del Ejército de Israel que sólo han llegado a los medios tradicionales a cuentagotas. En estos dos ejemplos, soy partidario de publicar, cuando alguien no quiere que se vean unas imágenes que plantean una denuncia, mayor es el motivo para emitirlas. También desconfío, por instinto, de quienes quieren imponer a los medios qué publicar y qué no, aunque sean colectivos como el de las víctimas.
Más complicada es la decisión cuando hablamos de terrorismo. Por ejemplo, no me pareció censura lo del 11-S, sino respeto. Los baremos de medir son muy complicados: por ejemplo, en ocasiones he visto en la prensa israelí fotos de los efectos de los atentados suicidas mucho mas explícitas que las que publicaba la prensa internacional. Y luego está la brutalidad de lo no explícito, como esa foto de la mujer con la careta en los atentados de Londres del 2005. ¿Qué imágenes habríamos compartido de esos atentados, o del 11-S, o del 11-M si hubiesen sucedido en la era de Twitter y Facebook?
El Estado Islámico será muchas cosas, pero no es estúpido. Grabar sus atrocidades y después difundirlas (sabiendo que o bien los medios o bien las redes, o ambos) las publicarán, las redifundirán, las compartirán, es un arma más (y de vital importancia) de su guerra en Siria e Irak. Sus adversarios saben así de antemano con quién se enfrentan, y el mensaje de terror es eficaz. Un motivo de peso, pues, para no emitir el vídeo que colgaron en Youtube del asesinato de Foley. Lo mismo valía, en el 2004, cuando el estadounidenses Nicolas Berg fue decapitado por Abu Musab al Zarqawi en Irak. Explicar lo sucedido en este caso creo que basta para informar, ¿qué más hace falta añadir al titular “Los terroristas del Estado Islámico decapitan a un rehén estadounidense”?
Pero esta es la reflexión profesional, periodística, y estoy abierto al debate. Lo que no me entra en la cabeza es los motivos de toda esa gente que sin complicarse la vida como los medios por exquisiteces éticas (sin la responsabilidad de ser periodistas pero con el potencial transmisor de las herramientas 2.0) comparten el vídeo, comparten por tanto el terror. No entiendo, de verdad que no entiendo, esos miles de retuits, esos miles de Me Gusta, esa celebridad momentánea de que tu tuit, ese tuit, con ese link, con ese vídeo, lo hayan compartido miles de veces. Qué bien, qué bonito, qué 'cool', ser portavoz del terror, de la barbarie, de la atrocidad por un puñado de retuits, por unos cuantos clics más en la web.
¿Cómo era eso…? Ah sí, sensacionalistas.
Los periodistas hacemos a diario mal muchas cosas. Los medios, más aún, y ambos nos merecemos, por acción u omisión, mucho de lo malo que nos está sucediendo. Pero no creo que un mundo de retuits del vídeo de Foley porque sí sea mejor que un mundo en el que hay medios y periodistas que debaten si publicarlo o no y después, algunos (muy, muy pocos) deciden que sí, y otros que no.
PD: No podía faltar, claro, quien me habla de Gaza y de Hamás a cuenta de lo del Estado Islámico. Dejando de lado a los trolls, en algunos casos son esos equidistantes que ven halcones y palomas por todas partes de Israel. Curioso, en cambio, que para ellos el islam sea monolíticamente el Estado Islámico, como antes lo fue Al Qaeda. Unos, llenos de grises, matices, explicaciones, justificaciones; otros, blanco o negro, mayoritariamente negro, todos Estado Islámico, por acción u omisión, igual que antes todos fueron Al Qaeda. Vamos, como si yo dijera que todo Estados Unidos es el Ku Klux Klan por lo de Ferguson.
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