A. F. C.
Hace algún tiempo, el periodista Pedro Vallín publicó un extenso hilo en Twitter (ahora X) que, de tan lúcido (y desgraciadamente premonitorio), merece ser reproducido ahora que la extrema derecha está a una semana exacta de acceder al poder en Francia, que ha crecido de forma espectacular en las recientes elecciones europeas, gobierna en Italia, hace de las suyas en diferentes instituciones españolas --desde ejecutivos autonómicos a altas instancias judiciales-- y, si Joe Biden no se retira, volverá a mandar en la cúspide de la primera potencia económica, política y militar del planeta el próximo mes enero.
Este es el certero texto de Vallín, en el que he respetado las mayúsculas enfáticas del autor. Fue escrito el 8 de octubre de 2018, pero muchas radios, teles, diarios y pseudodiarios continúan ofreciendo noticias parecidas y del mismo tenor. Seis años después todo sigue igual... o peor.
"Ana Pastor [periodista de La Sexta] preguntaba cómo debe tratar el periodismo al fascismo para evitar impulsarlo. ¿Nos choteamos, los silenciamos o los tratamos como si fueran gente seria? Difícil. Mi propuesta es indirecta: Cómo tratar al lector/espectador/oyente para evitar el fascismo.
La clave es NO DIFUNDIR LA AGENDA FASCISTA. Si nos
pasamos el verano dando espacios sin fin a la llegada de inmigrantes, como si viviéramos una oleada que no existe, da igual que el tratamiento sea serio y riguroso, el público creerá que tenemos un problema de inmigración.
Javier Milei y Santiago Abascal, el pasado 18 de mayo. |
Si dedicamos horas sin fin a contar que unos quitan lazos y otros los ponen, como si los catalanes estuvieran a punto de emprenderla a tiros, da igual que tengamos tertulianos o columnistas muy serios, el público creerá que estamos al borde de la confrontación civil.
Si toda la programación televisiva de las mañanas consiste en hablar de sucesos escabrosos, ignorando que en realidad tenemos los niveles de delincuencia criminal más bajos de la historia y de los más bajos del continente, la gente creerá que necesitamos endurecer el Código Penal.
Si cada vez que un terrorista condenado obtiene un tercer grado o es excarcelado por motivos de salud dedicamos páginas y páginas a debatirlo como si no fuese lo normal en democracia (que la ley penitenciaria se aplica), el público creerá que hay oscuros pactos con el terrorismo.
Si a cualquier noticia sobre los pocos cientos de manteros que operan en Madrid o Barcelona le damos tratamiento de cuestión de Estado, el público creerá que nuestros barrios viven sometidos a un régimen de terror nunca visto, cuando todos los indicadores dicen JUSTO LO CONTRARIO.
Si apenas informamos de los desahucios pero hacemos debates sobre narcopisos, cuando el primer problema ha afectado a cientos de miles de ciudadanos y el segundo estadísticamente es residual, el público creerá que la amenaza al vecindario son los negros y no la ley hipotecaria.
Si cuando nuestras grandes ciudades hacen lo propio del momento, es decir, sacan vehículos contaminantes del centro, montamos debates de los años setenta sobre el supuesto "derecho" a hacer lo que te plazca con tu coche, degradamos e irritamos al ciudadano.
Si nos esforzamos en relatar el debate territorial del Estado en términos de selección de bandera, si decimos a los ciudadanos que son desiguales por su identidad y no por su renta, crearemos en el público la necesidad de elegir bandera.
Como no hemos hecho esto sino lo contrario, como hemos actuado de forma irresponsable como gremio en pos del debate cutre, el click y la audiencia, quizá no estamos ya a tiempo de hacer nada muy relevante contra el fascismo.
Porque el primer deber del periodismo es la selección de agenda. Esa jerarquización del mundo es lo más importante que hace cada día un periodista, mucho más importante que escribir bien o invitar a analistas sensatos. Y lo segundo no redime de lo primero.
La agenda no viene dada ni la marcan los políticos. La creamos nosotros. Si existe alguna posibilidad de detener el fascismo y si esa posibilidad pasa por el periodismo (son dos "y si"), no creo que dependa de cómo los tratamos, sino de silenciar su agenda racista e identitaria.
APÉNDICE I. Lo enlacé hace días, pero viene al caso hoy: el periodista Manuel Ligero cronometró un informativo de máxima audiencia por temas. Explica cómo la elección de agenda traslada una distorsión sobre cómo está una ciudad, un país o el mundo. Leedlo.
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