Gabriel Jaraba
Nunca había habido tantos medios de información sobre deportes como ahora. Nunca había habido tanto fútbol en televisión como ahora. Durante el franquismo, se decía que el fútbol era una de las herramientas de lucha ideológica del régimen para mantener despolitizadas a las masas, pero en democracia hay más resonancia futbolística que en toda la historia del deporte y del mundo mundial.
Nunca había habido tantos periodistas deportivos como ahora. Nunca tantos periodistas deportivos habían tenido tan buena formación como ahora, la gran mayoría egresados de las facultades de comunicación. Los periodistas deportivos jóvenes bien formados escriben razonablemente bien y tienen una cultura general equiparable a la del resto de profesionales. En el franquismo, la mayoría de periodistas deportivos eran unos zotes, casi como la mayoría de futbolistas. Los que ocupaban puestos de responsabilidad eran adictos al régimen, como lo eran los dirigentes deportivos, ya que desde la implantación del Estado franquista el deporte fue adjudicado a las estructuras de la Falange. Los más jóvenes que no llevaban camisa azul eran arribistas “despolitizados” que lograban destacar a base de trabajo, protección o cara dura. El estilo bronco, nacionalista español, desconsiderado y faltón que observamos ahora en tipos como Mourinho, Karanka o Clemente nació entonces: hijo del falangismo de la dialéctica de los puños y las pistolas.
Nunca había habido tantos periodistas deportivos que trabajasen en catalán. En la década de los 70 sólo había un redactor capaz de escribir de deporte en nuestra lengua, Antoni Morera Falcó, de El Correo Catalán. Él fue el pionero del periodismo deportivo escrito en catalán y pensado en catalán, muchísimo antes que Joaquim Maria Puyal. Cuando este periodista rompió la barrera de las retransmisiones deportivas en lengua catalana, recuperó la tradición periodística en la lengua propia del país, que constituye aún un modelo de periodismo popular de calidad y divertido. Pero lo que ahora mismo es perfectamente normal y tiene gran éxito, en 1976 era una rareza.
Nunca había habido tantos recursos profesionales y técnicos para la práctica del periodismo. No sólo internet, sino en el campo del vídeo, el audio y las transmisiones. Pedro Ruíz, famoso como humorista en el escenario, se dio a conocer como periodista deportivo presentando al público un raro y maravilloso invento: la moviola. Es decir, un magnetoscopio que permitía revertir la imagen en movimiento de un partido y volver a pasarla para revisar lo que en ella se registró. La moviola dio tanto que hablar en el periodismo deportivo de aquella época que parecía que se tratase del teletransportador de Star Treck. Hoy cualquier joven periodista deportivo sabe cómo organizar la producción técnica de sus realizaciones.
Y sin embargo, con todos esos adelantos, ese progreso innegable, ese avance profesional y técnico, ningún periodista ha sido capaz de cumplir con lo que era su obligación antes del 27 de abril pasado: averiguar quién sucedería a Josep Guardiola como entrenador del FC Barcelona.
Hemos asistido a todo un despliegue de alabanzas, hagiografías y reconocimientos a Guardiola, más que merecido todo ello, pero no hemos visto que ningún periodista fuera capaz de cumplir con su oficio, que es adelantarse a los acontecimientos y dar noticias en primicia.
La obligación del FC Barcelona es mantener a resguardo sus movimientos estratégicos. La obligación de los periodistas que siguen su actualidad es romper las barreras de ocultación y silencio, legítimas en sí pero hechas para ser superadas por el periodismo. Tan digna y necesaria es una cosa como otra. Cuando no hay voluntad o habilidad de superación de esas barreras no hay periodismo, hay otras cosas: divulgación, publicidad, compadreo incluso. El periodismo es independiente y los periodistas no tienen amigos, sólo fuentes y objetivos informativos.
El que Josep Guardiola no conceda entrevistas exclusivas a periodistas o a medios no es óbice para que no pueda ser seguido informativamente. Precisamente cuando se da esa situación, a la que el deportista tiene derecho, es cuando más han de insistir los periodistas en el seguimiento de lo que de interés informativo tiene su actividad. Es posible no poder entrevistar a un personaje y al mismo tiempo trabajar informativamente todo lo que a él concierne para obtener noticias de interés y si es posible de impacto.
Entiendo la fascinación que Guardiola produce en la gente. Yo mismo le admiro mucho y así se lo he dicho personalmente; es una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida periodística, no sólo en el campo deportivo. Es natural que él mismo utilice esa fascinación como medio de producirse y protegerse. Y también lo es que quienes le admiren mucho trabajen a fondo para desvelar lo que interesa al público que debe ser informado. Eso se puede hacer sin caer en el amarillismo, la prensa rosa, la frivolidad o la falta de respeto. El periodismo exigente siempre es de calidad.
No ha habido, pues, al final de la etapa Guardiola como entrenador del FC Barcelona, periodismo deportivo de verdad y de calidad. Ha habido admiración, fascinación, entusiasmo, pero no ha habido periodismo. Y eso no es bueno para los periodistas, ni para los medios, ni para los ciudadanos ni para los propios interesados. Corremos el riesgo de tener un periodismo deportivo más formado, profesional y abierto que el del franquismo pero igualmente opaco.
Y si no, que se me diga qué periodista y qué medio está siguiendo ahora mismo, en claves de periodismo de investigación, la singular situación económica de los clubs y de la liga de primera división, esa descomunal burbuja económico-deportiva que un día nos estallará en la cara.
Nunca había habido tantos medios de información sobre deportes como ahora. Nunca había habido tanto fútbol en televisión como ahora. Durante el franquismo, se decía que el fútbol era una de las herramientas de lucha ideológica del régimen para mantener despolitizadas a las masas, pero en democracia hay más resonancia futbolística que en toda la historia del deporte y del mundo mundial.
Nunca había habido tantos periodistas deportivos como ahora. Nunca tantos periodistas deportivos habían tenido tan buena formación como ahora, la gran mayoría egresados de las facultades de comunicación. Los periodistas deportivos jóvenes bien formados escriben razonablemente bien y tienen una cultura general equiparable a la del resto de profesionales. En el franquismo, la mayoría de periodistas deportivos eran unos zotes, casi como la mayoría de futbolistas. Los que ocupaban puestos de responsabilidad eran adictos al régimen, como lo eran los dirigentes deportivos, ya que desde la implantación del Estado franquista el deporte fue adjudicado a las estructuras de la Falange. Los más jóvenes que no llevaban camisa azul eran arribistas “despolitizados” que lograban destacar a base de trabajo, protección o cara dura. El estilo bronco, nacionalista español, desconsiderado y faltón que observamos ahora en tipos como Mourinho, Karanka o Clemente nació entonces: hijo del falangismo de la dialéctica de los puños y las pistolas.
Nunca había habido tantos periodistas deportivos que trabajasen en catalán. En la década de los 70 sólo había un redactor capaz de escribir de deporte en nuestra lengua, Antoni Morera Falcó, de El Correo Catalán. Él fue el pionero del periodismo deportivo escrito en catalán y pensado en catalán, muchísimo antes que Joaquim Maria Puyal. Cuando este periodista rompió la barrera de las retransmisiones deportivas en lengua catalana, recuperó la tradición periodística en la lengua propia del país, que constituye aún un modelo de periodismo popular de calidad y divertido. Pero lo que ahora mismo es perfectamente normal y tiene gran éxito, en 1976 era una rareza.
Nunca había habido tantos recursos profesionales y técnicos para la práctica del periodismo. No sólo internet, sino en el campo del vídeo, el audio y las transmisiones. Pedro Ruíz, famoso como humorista en el escenario, se dio a conocer como periodista deportivo presentando al público un raro y maravilloso invento: la moviola. Es decir, un magnetoscopio que permitía revertir la imagen en movimiento de un partido y volver a pasarla para revisar lo que en ella se registró. La moviola dio tanto que hablar en el periodismo deportivo de aquella época que parecía que se tratase del teletransportador de Star Treck. Hoy cualquier joven periodista deportivo sabe cómo organizar la producción técnica de sus realizaciones.
Y sin embargo, con todos esos adelantos, ese progreso innegable, ese avance profesional y técnico, ningún periodista ha sido capaz de cumplir con lo que era su obligación antes del 27 de abril pasado: averiguar quién sucedería a Josep Guardiola como entrenador del FC Barcelona.
Hemos asistido a todo un despliegue de alabanzas, hagiografías y reconocimientos a Guardiola, más que merecido todo ello, pero no hemos visto que ningún periodista fuera capaz de cumplir con su oficio, que es adelantarse a los acontecimientos y dar noticias en primicia.
La obligación del FC Barcelona es mantener a resguardo sus movimientos estratégicos. La obligación de los periodistas que siguen su actualidad es romper las barreras de ocultación y silencio, legítimas en sí pero hechas para ser superadas por el periodismo. Tan digna y necesaria es una cosa como otra. Cuando no hay voluntad o habilidad de superación de esas barreras no hay periodismo, hay otras cosas: divulgación, publicidad, compadreo incluso. El periodismo es independiente y los periodistas no tienen amigos, sólo fuentes y objetivos informativos.
El que Josep Guardiola no conceda entrevistas exclusivas a periodistas o a medios no es óbice para que no pueda ser seguido informativamente. Precisamente cuando se da esa situación, a la que el deportista tiene derecho, es cuando más han de insistir los periodistas en el seguimiento de lo que de interés informativo tiene su actividad. Es posible no poder entrevistar a un personaje y al mismo tiempo trabajar informativamente todo lo que a él concierne para obtener noticias de interés y si es posible de impacto.
Entiendo la fascinación que Guardiola produce en la gente. Yo mismo le admiro mucho y así se lo he dicho personalmente; es una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida periodística, no sólo en el campo deportivo. Es natural que él mismo utilice esa fascinación como medio de producirse y protegerse. Y también lo es que quienes le admiren mucho trabajen a fondo para desvelar lo que interesa al público que debe ser informado. Eso se puede hacer sin caer en el amarillismo, la prensa rosa, la frivolidad o la falta de respeto. El periodismo exigente siempre es de calidad.
No ha habido, pues, al final de la etapa Guardiola como entrenador del FC Barcelona, periodismo deportivo de verdad y de calidad. Ha habido admiración, fascinación, entusiasmo, pero no ha habido periodismo. Y eso no es bueno para los periodistas, ni para los medios, ni para los ciudadanos ni para los propios interesados. Corremos el riesgo de tener un periodismo deportivo más formado, profesional y abierto que el del franquismo pero igualmente opaco.
Y si no, que se me diga qué periodista y qué medio está siguiendo ahora mismo, en claves de periodismo de investigación, la singular situación económica de los clubs y de la liga de primera división, esa descomunal burbuja económico-deportiva que un día nos estallará en la cara.