Eduardo López Alonso
La expansión de internet como medio de difusión de la información requiere de los periodistas una adaptación profesional urgente, que no necesariamente debe ser traumática. De hecho, ya todos los periodistas de las grandes cabeceras son también periodistas 'on line', lo quieran o no. Las técnicas y los diversos géneros de siempre son totalmente válidos en el mundo 'on line', aunque el periodista inmerso exclusivamente en el que eufemísticamente ha sido denominado en algunas facultades como
‘periodismo indoor’ tiende ciertamente a relajar algunas de ellas en pro de la inmediatez y la consabida tiranía de las audiencias.
‘periodismo indoor’ tiende ciertamente a relajar algunas de ellas en pro de la inmediatez y la consabida tiranía de las audiencias.
La revolución de la escritura periodística de finales del siglo pasado llegó con la irrupción de los tratamientos de textos informatizados en las redacciones. Pocos periodistas quedan de aquella generación acostumbrada a escribir sus textos a mano o con una máquina de escribir de las de cinta y tinta. De ellos recuerdo especialmente a algunos periodistas de agencia con la increíble capacidad de estructurar las ideas de forma rápida y sin titubeos, adaptarse a la idea de la pirámide invertida con naturalidad y conseguir un texto fluido con el suministro de información al lector, progresivo y asimilable. No era posible entregar a la imprenta un texto lleno de borrones o con rectificaciones en los márgenes, por lo que el dibujo mental de lo que se quería transmitir era necesario tenerlo claro antes de empezar a teclear. Actualmente, los becarios que llegan a las redacciones están afectados generalmente por el ‘virus del segundo párrafo’, ese por el que generalmente el texto solo 'funciona' si se suprimen las primeras líneas, las que demuestran el titubeo y el vértigo a la hora de enfrentarse con la hoja en blanco. Las 'W' están en el segundo párrafo.
La segunda revolución
La llegada a las redacciones de tratamiento de textos informático supuso un reto tecnológico por una parte y una liberación por otra. Reto por cuanto suponía la memorización habitual de códigos y del manejo de la herramienta de escritura. Liberación por cuanto el periodista podía improvisar, escribir al ritmo de la mente y ordenar posteriormente esas ideas con simples movimientos de párrafos, con cortas y pegas (copypastes) y con fáciles rectificaciones sobre la marcha. Considero esa primera revolución de la mecánica periodística un paso similar al acaecido con los medios digitales en la actualidad. Nuevas técnicas para configurar nuevos medios de comunicación de prensa diaria, esta vez sin un soporte papel como final.
El empleo de los ordenadores para la edición de textos (¿quién recuerda el sistema Wang con pantalla de fósforo verde y similares?, o los entrañables Mac de micropantalla en ‘fabulosos’ tonos de gris y el sonoro ‘cuac’ con cada error o colapso del sistema) tuvo como consecuencia una progresiva mejora de la calidad de los diarios. Eran la herramienta perfecta para el redactor. Con los años de expansión de la prensa, básicamente principios de los 90, las grandes redacciones se permitieron rutinas de control de calidad cada vez mejores. Lo usual era que el redactor confeccionase su información, un colega la supervisase, un responsable leyese y corrigiese el texto y los titulares, que un redactor-corrector mejorase el estilo y que un responsable de la sección de edición diese el visto bueno final tras la lectura y la visión global del texto contextualizado con las páginas aledañas. Múltiples controles que nunca conseguían evitar la errata al 100% pero que minimizaban las faltas de ortografía casi siempre y ajustaban lo dicho al sentido de la información.
La llegada de la crisis
Con la crisis de los medios de comunicación, la autoedición se impuso y los controles de la información se han ido reduciendo. Como ya pasaba en los medios menos potentes, el redactor suele ser el responsable casi exclusivo de su texto y sólo un jefe de sección supervisa los elementos de titulación (a veces ni eso en algunos medios). Nadie enmienda ya las estructuras de los textos y los estilos, nadie parece enseñar nada al de al lado. Pocas veces se espera que alguien enmiende el error propio y cada vez son más habituales los que protestan por lo incorrecto de una corrección.
Las redacciones digitales llegaron con la crisis y las técnicas de redacción y los mecanismos de control nunca existieron al nivel de los mejores años de la prensa. No hay relecturas, por lo que la eficiencia del redactor debe ser máxima, ya que la corrección generalmente es un paso posterior a la publicación (horror). Para el periodista 'on line', es decir, todos, la autoexigencia es necesidad, aunque el error sigue siendo consustancial a la tarea de manera proporcional a la rapidez de ejecución.
Sin control
Con la eliminación progresiva de controles de calidad en la prensa diaria en papel, los redactores consiguen por fin zafarse de las arbitrariedades gramaticales de los 'supertacañones' de edición. Poco a poco, los libros de estilo acuñados en las principales redacciones se han ido ‘apartando’, las transgresiones son más habituales y los estilos personales (los malos y los buenos) pueden campar a sus anchas por las páginas de la mayoría de diarios. El desmán estilístico, no necesariamente negativo, se ha apoderado también de las redacciones 'on line', aunque en ellas las normas impulsadas por las necesidades SEO exigen que la creatividad solo se permita a partir del segundo párrafo. Y es que la indexación de textos de Google obliga como en el periodismo del siglo pasado a situar en las primeras líneas los elementos fundamentales de la información, las W de siempre. No es el telégrafo el que corta la transmisión de la noticia, es el propio lector infiel el que abandona sin previo aviso la lectura y el todopoderoso Google el que traduce el primer párrafo en las claves cabalísticas necesarias para su posterior localización. Los géneros periodísticos pueden y deben mantenerse, pero actualmente la rienda suelta llega a partir del segundo párrafo. En caso contrario, el texto será menos leído, el principal objetivo del periodista. Habitualmente, más del 50% de los lectores llegan a través de búsquedas en Google o Google News.
Nadie sabe actualmente qué leen y cómo leen los lectores. No se sabe en el caso de los diarios en papel e intuyo que tampoco en el caso de las informaciones 'on line'. Quiero suponer que en ocasiones el lector se ciñe a los titulares, en otras quizá llega hasta el final y entonces el autor del texto consigue, si el lector lo decide, alcanzar el momento sublime de la viralización informativa, el ‘que lo lea todo el mundo’.
Las claves de la web
El tópico suele ser que triunfa en la web lo escabroso, la teta, el culo y el escándalo. Es cierto. Pero también la curiosidad, la utilidad, el interés, el ocio y la seriedad. Miles de entradas registran en la prensa 'on line' española informaciones de corte serio y artículos de opinión. Se leen de cabo a rabo por los clientes de la prensa diaria. Algunos opinadores consiguen millones de lectores con sus artículos, muchos más que en las ediciones en papel. Cualquier periodista debe pensar que su información puede ser más leída en internet que a través de cualquier otro soporte físico. Y el menosprecio del canal con la excusa de la supervivencia del medio ya no parece sostenerse. Es cierto que internet no ha alcanzado los niveles de rentabilidad esperados y que quizá es una de las causas de la pérdida de clientes de las ediciones escritas, pero no parece que las fórmulas restrictivas y de pago hayan tenido éxito.
La publicidad parece que seguirá siendo la clave de la supervivencia y el sector ya ha decidido al margen de los periodistas que la publicidad en internet se va a imponer. La solución no es única. Existe un cierto consenso en que la clave de la rentabilidad publicitaria debe ser multilateral, trajes a medida del anunciante más que del medio. Superar el asunto de los cuatro euros por cada mil entradas en una información es la batalla actual. Para cobrar más por la publicidad debe garantizarse la vinculación con el lector-cliente objetivo. Los contenidos de los medios deben adaptarse por ello al mundo que viene. Una parte con contenidos dirigidos a potenciales clientes de la publicidad, también con contenidos de calidad y multiplicidad de estilos (periodísticos), una porción de la información dirigida al mundo, y otra, quizá la más importante, diseñada a cultivar y realzar la imagen de marca propia del medio con informaciones muy vinculadas a lugar de implantación de la cabecera (publicidad local en el objetivo). Los periodistas 'on line', todos los periodistas, deberán ser capaces de adaptarse a todo eso con especialización y polivalencia, con técnica y frescura, con creatividad y practicidad, con seriedad y candidez, con denuncia y divulgación, independencia y alianza con los anunciantes. Oxímoron en forma de periodismo. Pero, sin posibilidad de duda, que la cabecera transmita imagen de credibilidad y su línea editorial sea capaz de encajar con los lectores, mediante lo que el profesor Héctor Borrat definía como ‘el discurso polifónico de la prensa’.
La descripción que hace del periodista "on -line" me parece acertada. Es lo que antes, en el siglo XX, eran los periodistas todo terreno, que debido a no estar especializados, requerían un esfuerzo adicional para estar a la altura de las circunstanias, informativamente hablando. A día de hoy nadie sabe los derroteros económicos que tendrá el periodismo "on-line" y su deseada rentabilidad. Pero fórmulas distintas para conseguila se han puesto en marcha y ninguna ha cuajado. Yo me inclino por un sistema mixto, pago y publicidad. Dejar todo al albur de la publicidad es apostar por un solo cesto que no controlas y en el que te pueden quitar los huevos cuando ellos quieran.
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