Gabriel Jaraba
No logro, por más que me esfuerzo, entender a los editores de diarios que se esfuerzan en adaptar sus periódicos a los gustos de quienes ni los leen ni los compran. Los dos periódicos a los que estoy suscrito traen los sábados unas páginas de 'people', información ligera sobre personajes famosos, gustos en gastronomía y consumo que pasan por ser distinguidos y textos llamados “desengrasantes” que en general suelen estar escritos con tanta falta de talento como de ganas. En sus páginas dedicadas a la campaña electoral, 'La Vanguardia' ha incorporado tintas planas de diversos colores a logotipos y manchetas, que parecen más propias de los suplementos de guía del ocio de fin de semana que de la prensa de análisis político. 'El País', por su parte, acaba de
implementar un rediseño tipográfico del que lo más caritativo que se puede decir es que es cauteloso: un poco más de aire en los bloques de titulares, cambios de posición en algunas páginas y artículos de opinión y tendencia a cambiar la estructura de las páginas de vertical a horizontal. Lo verdaderamente osado ha sido la jibarización extrema de la programación de televisión, con lo que se priva a los lectores de un servicio fundamental.
Recuerdo el impacto que el éxito de TV-3 produjo en la redacción de 'El Periódico', que desde entonces no ha cejado en hacer un diario que se pretende muy próximo a la televisión, atento a sus informativos y muy visual. Es algo, por una parte, sensato, pues el problema que tienen hoy los diarios es apañárselas para contarnos cada mañana algo que no sepamos por los informativos de televisión del día anterior, pero por otra, que mueve a reflexión: ¿ha de ofrecer un diario popular un producto cercano a los gustos de los telespectadores o bien proporcionar material de análisis, reflexión, fondo y documentación al público lector que quiere que le expliquen por qué pasa lo que pasa y que no lo halla en la tele?
Los periódicos están actualmente tan acomplejados respecto a internet como dos décadas antes lo estuvieron ante la televisión. Lo que se halla en cuestión es el modelo de negocio de la prensa diaria, tanto en su versión digital como en su producto impreso. Pero en vez de acometer esa tarea los editores se dedican a dar palos de ciego. El complejo ante la televisión les llevó a desear convertir sus empresas en grupos multimedia y a dilapidar sus beneficios en cadenas de televisión que han acabado en manos ajenas, como Canal + o Antena 3 o en el marasmo de los canalillos de la TDT. La tarea es titánica pero del éxito en el empeño depende que los lectores de diarios podamos seguir disfrutando de ellos. Uno piensa que en el fondo todo se debe a algo fundamental: los periódicos ya no son propiedad de editores más o menos comprometidos con el producto y el contenido, sino de bancos e inversionistas a quienes no gustan ni los diarios, ni quienes los escriben ni quienes los leemos. No solo no les gustan: los desprecian intensamente. Ahí está el detalle.
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