Txerra Cirbián
El reciente caso de un colega, un conocido crítico de música de Barcelona, insultado primero (a través de Twitter, esa enorme casa de vecinos con altavoz en internet), vetado después y readmitido más tarde en un festival musical apadrinado, cómo no, por una marca de cervezas, da qué pensar.
El reciente caso de un colega, un conocido crítico de música de Barcelona, insultado primero (a través de Twitter, esa enorme casa de vecinos con altavoz en internet), vetado después y readmitido más tarde en un festival musical apadrinado, cómo no, por una marca de cervezas, da qué pensar.
No es una reflexión nueva, porque los críticos nunca son bien vistos, sobre todo por los autores. El crítico es un grano en el culo, y perdónenme la expresión.
Un novelista, un pintor, un cantante, un dramaturgo, un cineasta… estrenan su última obra: una novela, un cuadro, una canción, una obra de teatro, una película, que les ha costado mucho. Y entonces viene un señor con un bolígrafo y una libreta, toma apuntes y les ensalza o les pone a bajar de un burro en cuatro frases.
Hace ya tiempo, cuando impartía clases de periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona, a inicios de los años 90, intentaba preparar una tesis doctoral sobre la crítica en España. Lo cierto es que la dejé en sus primeros pasos, porque trabajar a diario en un gran periódico y en la universidad se me llevaba todas las horas del día y más.
Lo que sí mantenía en aquellos primeros compases de la tesis era que la crítica es un género de opinión que incluye elementos informativos: el crítico analiza una situación, un festival, una obra; comenta el momento, el contenido, de dónde proviene el autor; cita otros elementos u obras previas del mismo artista para efectuar después una comparación y dar a conocer su posición final, su opinión sobre el material del que habla u escribe.
Cuando el balance final es positivo, nadie se molesta. Como mucho, quien escucha o lee la crítica puede pensar que es blanda, mientras el fan aplaude a rabiar y colecciona el archivo visual o sonoro, o el recorte de la revista o diario.
¿Pero qué pasa cuando ese balance es negativo? Depende de la madurez de la otra parte.
Si la parte criticada lo asume como una opinión y la valora en su justa medida, puede ayudarla a crecer y mejorar.
Si se toma como una agresión, la respuesta suele ser agresiva o despectiva. Un “qué va a saber ese”. En algunos casos, el editor, el dueño de la galería, del local o del cine, un jefe de prensa, el directivo de un certamen, siente la necesidad de negar la entrada al crítico, de retirarle la acreditación.
Aunque cada vez es más difícil mantener la independencia, porque la publicidad y los patrocinios marcan cada día más las líneas a seguir, no acaban de darse cuenta de que el acceso libre a un espectáculo del periodista especializado, el ejemplar de libro o disco enviado, la gratuitad de una entrada, no significa servilismo ni una alabanza segura.
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