José Sanclemente
El nuevo fracaso de la AEDE (Asociación de Editores de Diarios Españoles) al renunciar su nuevo presidente ejecutivo, José María Bergareche, tan solo tres días después de su nombramiento, demuestra lo tocado que está el sector de los diarios españoles.
El nuevo fracaso de la AEDE (Asociación de Editores de Diarios Españoles) al renunciar su nuevo presidente ejecutivo, José María Bergareche, tan solo tres días después de su nombramiento, demuestra lo tocado que está el sector de los diarios españoles.
Desde hace años, la AEDE ha sido incapaz de resolver en el seno de su organización los graves problemas e incertidumbres a los que está sometida la prensa. La poca solidaridad de las empresas editoras, empeñadas más en criticarse y enfrentarse entre ellas por temas ideológico-políticos, ha conseguido que los editores hayan sido incapaces no solo de dar respuesta global a la grave crisis publicitaria y de difusión que sufren, sino a temas elementales como la canibalización de sus contenidos en provecho de Google, o la ignorancia y desidia manifestada por los diferentes gobiernos con la prensa escrita a la que han dejado languidecer.
La AEDE jamás ha sido un grupo de presión o un lobby. Los editores han toreado individualmente sus influencias hasta que éstas han sido mínimas o inexistentes, fruto de la división entre ellos.
En estos momentos, con sus arcas vacías, producto de una gestión ineficaz de una de las pocas subvenciones que recibió del Ministerio de Industria, que ha acabado con el embargo de sus cuentas, y con una multa del Tribunal de la Competencia por prácticas colusorias denunciadas por las empresas de clipping, dividida, sin presidencia, y con su ex director general con una demanda de varios cientos de miles en los tribunales, la AEDE se enfrenta a su peor momento de la historia.
Los periódicos siguen mirando a su individualidad, a sus problemas cotidianos, al día a día que les enfrenta a medidas de regulación de empleo, a la necesidad de reducir costes para achicar pérdidas por la caída de cerca del 60% de sus ingresos publicitarios desde hace cinco años y a la inexorable deserción de compradores.
Y, sin embargo, más que nunca es necesaria una asociación entre los editores. En otros países europeos éstas han sido capaces de acordar con los gobiernos ayudas de diferentes tipos: desde subvenciones a los costes de distribución de las suscripciones, a los planes de formación para los periodistas, ayudas al establecimiento/mantenimiento de corresponsalías en el extranjero, a la distribución, a la difusión a través de colectivos como los jóvenes y otros, ayudas para recursos en investigación y marketing editorial, etcétera.
No soy partidario de las ayudas indiscriminadas y exentas de rigor, pero en países como Austria o muchos de los nórdicos, este tipo de subvenciones gozan de transparencia al ser controladas por los diferentes parlamentos y se conciben como necesarias para mantener y fortalecer la pluralidad informativa tan necesaria en la democracia.
Si nos fijamos en otras patronales (la AEDE nunca ha funcionado como patronal) de la comunicación, como UTECA (la asociación de televisiones privadas), ha conseguido en nuestro país que se reglamentara una ley audiovisual que permitiera la concentración y fusión de los canales o que desapareciera la doble financiación de la televisión pública, eliminando la publicidad de ella.
En estos momentos el peso de los editores es tan ligero como lo es su fragilidad individual. No debería costar tanto ponerse de acuerdo en tres o cuatro grandes temas para defenderlos colectivamente antes de que se siga produciendo el deterioro del sector. Es cierto, también, que durante mucho tiempo la AEDE tuvo una doble velocidad: la de los diarios grandes frente a la de la diáspora de multitud de diarios regionales con tiradas más reducidas. Eso también ha cambiado. Hoy en día los diarios llamados nacionales están sufriendo peor las consecuencias de la crisis que los diarios regionales. Más de 170 diarios en nuestro país se juegan una parte de su ser si la AEDE no resurge con fuerza y convicción.
Quizá por ello el nuevo presidente, que lo fue por tres días, cuando vio que en la Asamblea General que lo nombró no había ningún representante de altura de los llamados diarios nacionales, empezó a pensar dónde se había metido. Solo le faltó mirar en las arcas vacías de la asociación y tomar la decisión de dimitir por "razones personales". Alguien debería de tomar el relevo antes de que se pierda la carrera. Pero no queda claro que los diarios españoles quieran competir conjuntamente por ganarla.
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