Gabriel Jaraba
Reza un dicho popular: “Si tu casa se quemara, si en tu culo un avispero, y tu mujer con un fraile, ¿a quien acudirías primero?”. La necesidad no hace virtud y hoy los periódicos se encuentran entre la Scila de la pérdida de calidad y la Caribdis de maravillárselas para ingresar por publicidad. Lo malo es cuando no tienes más remedio que estrellar la barca porque ambas opciones coinciden en sus efectos. Es lo que le ha pasado este domingo, 2 de junio, a 'El País' con su falsa portada tintada toda de azul como guiño publicitario de la marca que se anunciaba en un módulo menor. Cuando un diario de referencia permite que la publicidad desnaturalice su identidad hace lo peor que puede hacer: degradar el prestigio de su cabecera, el único patrimonio de valor que un periódico tiene para ofrecer a su público.
No soy enemigo de la publicidad sino todo lo contrario. Asimilo la existencia de la publicidad con la de una sociedad abierta y plural, en la que el comercio sea fuente de prosperidad y paz. (Cuando algún personaje de la izquierda, de la que formo parte, pronuncia la palabra “mercaderes” en tono despreciativo sospecho que me encuentro ante alguien reacio a algo más que al intercambio de mercancías). Soy de los que creen que la práctica profesional de la publicidad debería estar protegida por la libertad de expresión que se reclama para el conjunto de la comunicación. Desgraciadamente, cualquier gobernante o burócrata de segunda fila se cree autorizado para establecer normas limitativas a la creación publicitaria que no se sostienen más que en la superstición o la presión de grupos de interés. La publicidad no es culpable y debe gozar de libertad.
Pero es regla áurea en el periodismo que la publicidad y la información tienen que estar rotundamente separadas, y debe ser perceptible de manera meridiana esa separación y la atribución respectiva de contenidos informativos y de inserciones comerciales. La publicidad no ensucia, pues permite que los productos informativos lleguen al público. El anunciante es el cliente de la empresa informativa, a la cual paga por ser mediadores entre sus mensajes y la atención que el público presta a ellos. Lo que ensucia un diario es la ruptura de un pacto comunicacional básico entre periódico y lector, que pasa por el establecimiento de códigos claros de comunicación que respondan fielmente a la delimitación de intereses respectivos.
Me gusta la publicidad creativa y me entusiasma la publicidad atrevida. Benetton supo poner de relieve cierta capa superficial de hipocresía existente que se expresa mediante la corrección política (se critica la “cosificación” del cuerpo y la imagen femeninos pero no se hace lo propio respecto a la publicidad de alto voltaje gay que incurre en lo mismo respecto a los masculinos). Pero no me gusta la publicidad tosca e invasiva. Y tosca es la pseudoportada de la edición de este domingo de 'El País', que reproduce la portada verdadera (que va en la página 3) totalmente teñida de azul, sobreimpreso en los contenidos informativos en negro. Es el traslado a la prensa impresa de las creatividades propias de la prensa digital. En ésta, la imagen en movimiento permite suavizar en cierta mesura los excesos en la invasividad en que ciertos anuncios incurren, pero en la portada de 'El País' de este domingo solo han sabido recurrir a que el lector pase página y halle que la tercera ostente los contenidos de la primera descubiertos y sin confusión alguna.
Se critica recientemente a este diario por sus episodios relacionados con el despido de muchos profesionales del periodismo y por los dimes y diretes relativos a los sueldos de sus directivos y a su capacidad estratégica. El episodio de este domingo hace temer que alguien haya perdido definitivamente la chaveta en aquella casa. Yo no quiero que 'El País' desaparezca, para que quede casi toda la prensa diaria en manos de la derecha fetén, pero tampoco quiero que la oferta de lectura relajada del domingo sea una página de Boris Izaguirre, personaje que me encanta pero que prefiero encontrar en otros medios. El descenso de calidad de las firmas y de los reportajes de fondo, por no hablar de 'Babelia' o 'El País Semanal', es alarmante. Lo de este domingo demuestra que no son fruto de la desorientación, sino de que alguien ignora profundamente en qué consiste el filo de la navaja en el que obligadamente se sostiene un diario de referencia.
He leído e artículo y compré El País este domingo de la portada azul, Me molesta mucho más que los contenidos de los reportajes estén descendiendo, que aplique una publicidad más o menos certera. Julia Sousa
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