Carlos Pastor
Aunque contrastar --“comprobar la exactitud o autenticidad de algo”-- y verificar --“comprobar o examinar la verdad de algo”-- son sinónimos (ver el diccionario de la RAE), en la práctica periodística se hace una curiosa y perversa interpretación de ambos verbos.
Por lo general, cuando un periodista contrasta un hecho narrado por una fuente acude a otra u otras, normalmente de signo opuesto, para recoger versiones alternativas. Publica entonces una y otras y se da por satisfecho. Ha hecho su trabajo, ha sido “objetivo”, se dice... Poco parece importarle si la verdad está en uno u otro lado, en los dos o en ninguno. ¿Ha ejercido de periodista, de aquel profesional que comunica hechos veraces? Naturalmente que no. Si acaso ha hecho de escriba que levanta acta de lo que dice uno y otro y lo comunica al lector como si de una correa de transmisión se tratara, sin importarle demasiado si con ello contribuye a formar, intoxicar o desinformar al receptor.
Es lo que ambiciona toda autoridad que se precie: que el periodista se limite a tomar nota y a escribir lo que se le dicte. Lástima que no pueda (¿todavía?) poner también los titulares, como se lamentaba un conocido político catalán amigo de ofrecer entrevistas prefabricadas.
Pocos medios verifican de forma independiente y sin intermediarios la “verdad”, “exactitud” o “autenticidad” de lo que transmiten. ¿Pereza?, ¿incapacidad?, ¿cobardía? De todo hay.
En estos días hemos tenido varios ejemplos. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría afirma que medio millón de parados son defraudadores y el ministro Montoro asegura que los salarios en España se han incrementado pese a la crisis. Y la prensa, en lugar de ir a buscar en los documentos los datos objetivos que demuestren la falsedad o veracidad de tales afirmaciones, se dedica a recoger los desmentidos de la oposición, convirtiendo la historia en un cruce de afirmaciones y acusaciones entre unos y otros agentes que carecen de credibilidad pero que dan satisfacción a sus respectivas parroquias ideológicas y/o partidistas.
Viene el 'conseller' Homs y suelta una lista de agravios de la Generalitat contra el Gobierno central y, con pocas excepciones, los medios la difunden sin cuestionar ni una coma, como si fuera palabra de dios, al grito de si ellos lo dicen será verdad, y si no, ya lo desmentirá la otra parte. ¿Es que hay que esperar a que el Gobierno o Duran Lleida expliquen que la famosa disposición transitoria tercera del Estatut quedó afectada por la no menos famosa sentencia del Tribunal Constitucional, y por ello la deuda legal “de Madrid”, aunque existe --y debe pagarla--, no es tan abultada como se ha denunciado? ¿Es que los periodistas no se han molestado en conocer el Estatut antes y después de esa sentencia? De nuevo, el lector o el oyente se queda con que, como siempre ocurre, unos dicen A y otros, B.
Resulta curioso: las crónicas sobre política están llenas de análisis e, incluso, de opiniones que no deberían figurar, éstas, en textos informativos. Sin embargo, se acepta en los medios que las fuentes o los portavoces cuelen de forma impune cualquier inexactitud e incluso falsedad.
El día en que la prensa someta a nuestros dirigentes --políticos, sindicalistas o empresarios, tanto da-- a una rigurosa verificación de sus palabras y actos, contribuirá a mejorar nuestra sociedad y la calidad de la democracia. Y, claro está, demostrará que el periodismo aún tiene razón de ser.
El gran Jaume Arias decía que los diarios se estaban convirtiendo en "casas de citas". Andreu.
ResponderEliminarUn bon record d'un colega enyorat, respectat i admirable: Carles Pastor. Precisament fa uns dies Rosa Maria Artal va fer una descripció del tema del (fals) contrast molt encertada: "El rabino de Varsovia denuncia que en la ciudad se tortura a los judíos. Goebbels lo desmiente".
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