Roger Jiménez
Sus crónicas en 'El Correo Catalán' tenían como acompañamiento visual los tres monos sabios, que se tapan, respectivamente, los ojos, la boca y los oídos. “No digas nada, no mires nada, no oigas nada, no escribas nada, no pretendas saber nada. Esto es lo que se requiere para ser un perfecto periodista”, fue la interpretación que me brindó con su sonrisa burlona en respuesta a mi pregunta sobre el significado de aquellos dibujos.
La última vez que coincidí con José Martí Gómez fue en un acto
celebrado en el Col·legi de Periodistes para conmemorar el centenario de Manuel Ibáñez Escofet. “Tengo un cáncer”, me dijo con su voz tranquila y tono escéptico habitual, como si se tratara de una trivial novedad. Antes de despedirnos, recordamos los tiempos vividos en Londres y nos maravillamos al comprobar que habían transcurrido treinta años desde que nos instalamos en el distrito de Hampstead, municipio de Camden, al norte de la ciudad. Él lo hizo con su familia en Belsize, un barrio residencial emblemático de casas georgianas y victorianas, y nosotros encontramos una casa situada un kilómetro más arriba, cerca del Heath, un parque natural con su vasta extensión de tierra verde y agradable. Martí escribía para 'El Mundo' y hablaba en la SER, “la peor voz radiofónica de Europa”, en palabras de su jefe, quien añadía: “pero nadie se pierde una sílaba de lo que narra”. También elaboraba piezas especiales para 'La Vanguardia', diario del que yo era corresponsal.
José Martí Gómez (foto: Xavier Jubierre) |
Su espíritu anglófilo no le llevaba a perder la visión crítica de un país de costumbres imperturbables e imprevisible, con sus contrastes y rarezas. “Un país que conduce por la izquierda y no encuentra extraño que en el resto de los países se conduzca por la derecha”, describe en su libro 'El corazón inglés'. “Un país que mide en millas en tanto que los demás miden en kilómetros. Un país en el que se denomina secretario de Estado al que en el resto de los países se conoce como ministro, y presenta como ministro al que en el resto de los países es secretario de Estado. Un país en el que con un toque de campana se anuncia a las once de la noche que ha terminado la licencia para beber…” Un país, apuntó un día, que tiene sesenta sectas religiosas y una sola salsa.
Algunos días, cuando habíamos enviado nuestras respectivas crónicas, nos encontrábamos en 'The Stealers' ('Los ladrones'), un pub que servía una cerveza excelente, repleto de libros y también de polvo. Allí me presentó a su peña de amigos ingleses con los que una vez a la semana recorría viejos y hermosos establecimientos del ramo en Hampstead que conservan su vieja raigambre. En estas expediciones, además de trasegar cerveza convenientemente, se hablaba de todo, y se aprendía mucho sobre el pueblo inglés y su circunstancia. Asistimos a la caída de la euroescéptica primera ministra Thatcher, de la que un contertulio comentó que, a su lado, la familia real era trotskista. Para Martí, el fenómeno de la Dama de Hierro, que gobernó el Reino Unido durante once largos años, consistía más bien en un estado de ánimo que en una ideología política.
Los primeros tiempos de pelea con el idioma no resultaron cómodos, pero nunca se dio por vencido. “Una lengua que se sirve de la misma palabra, ‘fly’, para nombrar un insecto, una forma de viajar y la cremallera de la bragueta no puede ser aburrida”, era su conclusión. La lengua nos ayudó a entender mejor el mundo Albión, sin duda el gran arsenal de la democracia, paraíso del individualismo, de la excentricidad, de la herejía, de los gatos, de las anomalías, de las aficiones y del humor.
Curiosidad, memoria y perspicacia
También le gustaba pasear por el Heath y vivir aquellos inigualables espacios de silencio y de reflexión de los que a menudo obtenía ideas y conceptos nuevos que le permitían dibujar retratos psicológicos sorprendentes. El juego de palabras lo fascinaba y recurríamos con fruición a Thomas de Quincey y el genial inicio de su libro 'Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes': “Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar; del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”.
Martí era un hombre hecho a mano y un periodista de curiosidad insaciable cuya memoria no tenía diques. Su autonomía personal era muy significativa. Nocturno (lunar, como se definía) y urbanita, le encantaba el trato con las personas y era frecuente verle con gente que parecía escapada de una película de Berlanga. Todos llevamos un policía y un anarquista dentro, le oí comentar más de una vez remedando a Chesterton. Una personalidad realista y de escasa fantasía, su espíritu crítico le proporcionaba una gran facilidad para ver el ridículo de las personas y de las cosas. Sabía captar en seguida, con su mirada perspicaz, cuando trataban de llevarle a un terreno ajeno o endilgarle un cachivache disfrazado de noticia, y se zafaba siempre suavemente, sin perder un ápice el control y la flema. “Punto y se acabó”, decía en estas circunstancias, la misma expresión que empleaba al final de los relatos que dictaba para la radio.
Maestro de la crónica de Sucesos y Tribunales, con el paso de los años añoraba los viejos buenos tiempos. “El antiguo confín entre guardias y ladrones se ha esfumado, disuelto, evaporado”, se lamentaba. La corrupción era la gran cuestión en la que no se permitía la menor debilidad ante personas enredadas en los tentáculos del fraude y la especulación para arañar aquí y allá engañando a seres desprevenidos o carentes de recursos para hacerles frente. Lo que más le soliviantaba era el sentido de total impunidad con que actuaban las gentes poderosas, que merecerían, decía, estar encerradas en celdas con candados sin llave. En una ocasión molestó al ministro socialista Carlos Solchaga al inquirir sobre su afirmación de que, con la liberación del mercado de capitales, el que no se hiciera rico en España era tonto. “Que sea la última vez que me hace usted una pregunta concreta”, le conminó el entonces titular de Economía.
Era del Espanyol, como Ramoneda, su amigo y colega de tantos años, un tándem peculiar atacado por la enfermedad profesional que funcionaba a la perfección cuando se trataba de acometer un trabajo periodístico. Empleaba su condición de periquito como provocación ante la masa barcelonista dominante, aunque confesaba en voz baja su relativo interés por el fútbol, que consideraba una válvula de descompresión.
Un cierto desaliño en Martí siempre ponía a las claras un saludable desprecio por la exigente insistencia de algunos neo-humanistas en el orden y el aspecto exterior. Podía parecer un pesimista antropológico, pero en realidad era un racionalista escéptico y entrañable. Lector omnímodo, allí donde vivía estaba rodeado de libros, hasta el punto de que su padre, asustado ante tanta acumulación, los iba distribuyendo por la vivienda para evitar, justificaba, que se desplomara el suelo de la habitación. “El Martí”, como firmaba sus ejemplares, tenía la pasión del coleccionista de libros, comparaba las bibliotecas con los viajes y afirmaba que todo libro es un pasaporte sin caducidad.
Mirar las cosas como siempre hasta verlas como nunca, era su divisa. Con Martí hemos tratado de recordar los tiempos en que el periodismo era divertido. Un oficio que perdió la libertad con la dictadura y que ha perdido la dignidad y la vergüenza con la democracia global. Así era y así pensaba El Martí, quien se despidió piropeando a la vida y calificando el periodismo como el oficio más hermoso del mundo. Tantas cosas compartidas me llenaron de una emoción incontenible cuando en el último adiós me abracé a su esposa, María Elena, y a sus hijas Isabel y María.
Martí era un hombre hecho a mano! Genial, Roger!!! Una crónica bellísima.
ResponderEliminarSóc en Toni Rodriguez...
EliminarMoltes gràcies, Toni, s'ho mereixia.
EliminarExcelente retrato del Martí Roger.Suerte que nos quedan vuestras crónicas para recordar el oficio más bonito del mundo
ResponderEliminarQuerido Roger, hace mucho tiempo que no sabía de ti y ha sido entrañable que ese reencuentro haya sido a través del retrato de Martí, en mi opinión, el mejor de los que he leído, el que profundiza mejor en ese personaje que nunca olvidaremos.
ResponderEliminarM. Eugenia Ibáñez
Gràcies, Maria Eugenia, i perdona el retard.
EliminarUna abraçada,
Roger
Un bon retrat.
ResponderEliminarGràcies, Maria, una abraçada.
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