Algunos diarios españoles han pasado en los últimos días a llevar en sus portadas dos y tres temas sobre la corrupción. Suelen compartir la primera página la Casa Real y Urdangarin, los partidos políticos, con el 'caso Bárcenas' al frente, seguido de las presuntas corruptelas de CiU y las del PSOE.
Da la sensación --me temo que es una realidad-- que, desde el Tribunal Supremo con el 'caso Dívar', la monarquía, los partidos políticos, alcaldes y banqueros, hay muy pocas instituciones que no estén salpicadas por personajes corruptos.
No se debe generalizar, pero el panorama es muy lamentable. Es cierto que si salen estos asuntos es porque dentro de la Justicia hay buenos e íntegros profesionales que están dispuestos a que se cumplan las leyes, a pesar de la opacidad con que se envuelven todos estos turbios casos.
Estamos ante una grave situación en la que el periodismo adquiere, de nuevo, gran importancia:
Airear y contar los asuntos de corrupción es una obligación de la prensa, aunque eso lleve a poner patas arriba a las instituciones democráticas. No es responsabilidad de los periodistas que, al informar verazmente y con los medios a su alcance, tenga que revisarse lo más esencial de nuestro sistema político que ha sido torpedeado por algunos indeseables, ya estén vinculados a la monarquía, a la política o a las finanzas.
La imagen que damos fuera de España no es peor que la que tenemos los de aquí dentro. Los de fuera nos critican y los de dentro sufrimos a los corruptos mientras se desangran muchos de los derechos sociales que habíamos conquistado.
La imagen interna es la de que no hay unidad ni voluntad de los gobernantes y de los partidos políticos para atajar la corrupción. Es desolador. Como lo es la actitud de algunos diarios que en sus portadas esconden la información sobre la corrupción en función de sus intereses partidistas.
¡Transparencia en el gobierno y en las instituciones y transparencia en algunos medios! Ya sé que es mucho pedir cuando está de moda cercenarlo todo.
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