Albert Garrido
Si la selección natural opera en el universo de la comunicación con la misma contundencia que en los reinos animal y vegetal, la depuración de medios no ha hecho más que empezar y se prolongará en el tiempo más allá de todo vaticinio. No hay forma de saber cuál será la configuración del sistema que surgirá del choque por la supervivencia entre la galaxia Gutenberg y el mundo digital. La primera impresión, el diagnóstico más extendido, es que la galaxia se contrae todos los días y la red se expande segundo a segundo, pero si estamos en los primeros días del futuro, es impredecible imaginar cuál será el desenlace. Es decir, no hay forma de saber dónde se detendrá la selección natural, qué medios hallarán el nicho de negocio adecuado para subsistir y en qué condiciones, cuál será la capacidad de adaptación del papel para convivir en un espacio comunicativo dominado por los productos multimedia, cuyo anticipo lo constituyen las cabeceras que se multiplican en la red, ya sea como derivación de las que cabe encontrar en el quiosco o como productos genuinamente nuevos, de vida siempre incierta.
¿De dónde procede la incertidumbre? De las fórmulas o vías de financiación, como no podía ser de otra manera. Un grupo de consultores estadounidense considera que salvo para los medios digitales de nueva creación que desde el primer día son de pago y, detalle importante, dan signos de afianzamiento inmediato –caso de Mediapart en Francia–, la lógica de los medios gratuitos es la única aplicable. Esto es, la única fuente de ingreso es la publicidad, tarifada de acuerdo con la duración de la navegación dentro de un medio y del número diario de navegantes.
¿De dónde procede la incertidumbre? De las fórmulas o vías de financiación, como no podía ser de otra manera. Un grupo de consultores estadounidense considera que salvo para los medios digitales de nueva creación que desde el primer día son de pago y, detalle importante, dan signos de afianzamiento inmediato –caso de Mediapart en Francia–, la lógica de los medios gratuitos es la única aplicable. Esto es, la única fuente de ingreso es la publicidad, tarifada de acuerdo con la duración de la navegación dentro de un medio y del número diario de navegantes.
Consecuencia inmediata: el futuro previsible es que los medios que empezaron ofreciendo completamente gratuita la información y, acuciados por la cuenta de explotación, han cambiado el paso, difícilmente lograrán un número significativo de suscriptores. Dicho de otra forma: no aparecen en el futuro a medio plazo posibilidades razonables de financiación de las ediciones digitales de los medios convencionales, que deberán recurrir como primera y fundamental fuente de financiación a los ingresos procedentes del papel.
Un lógico diría que nos hallamos ante una contradicción en términos, porque tan cierto es que los medios convencionales no pueden prescindir de la versión digital para penetrar en un mercado nuevo de consumidores de información como que la incursión en el universo digital representa, salvo muy contadas excepciones, una partida de gasto más con pocas contrapartidas o ninguna.
Un lógico diría que nos hallamos ante una contradicción en términos, porque tan cierto es que los medios convencionales no pueden prescindir de la versión digital para penetrar en un mercado nuevo de consumidores de información como que la incursión en el universo digital representa, salvo muy contadas excepciones, una partida de gasto más con pocas contrapartidas o ninguna.
A ello debe añadirse que los 'tempos' del papel y del mercado digital no son sincrónicos, con frecuencia incluso se interfieren, y eso complica la organización de las redacciones, la selección de las informaciones y el tratamiento de las noticias. Más que de la aplicación a las redacciones de economías de escala, se trata de elaborar informaciones a medida para cada momento y plataforma sin que, por lo demás, la calidad del producto final, así en la red como en el papel, salga especialmente beneficiado.
La velocidad del cambio tecnológico es tan vertiginosa que periodistas y editores no disponen de tiempo para sistematizar el fenómeno y sacar conclusiones duraderas. Todo el mundo sabe que debe cambiar, tomar decisiones para diferenciarse de sus competidores, ofrecer la mejor información con la mayor rapidez posible y garantizar una competencia solvente con redes sociales como Twitter, que con frecuencia funcionan como improvisadas agencias de noticias, aunque sin ofrecer ninguna de las garantías asociadas a las grandes agencias internacionales y nacionales. Pero más allá de que todo el mundo sabe que debe moverse, nadie es capaz de asegurar sin asomo de duda que ha tomado el rumbo adecuado. El error y la prueba funcionan a toda hora en un sector devastado por la crisis del mercado publicitario y la nefasta tradición de la información gratuita.
Cuantos han creído disponer hasta la fecha de la alternativa salvífica para compaginar papel y red han debido reconocer que en realidad todo es muchísimo más complicado. ¿Cómo es posible compaginar texto, televisión, voz, ocio, referencias cruzadas y todo cuanto cabe en un medio digital con un producto informativo madurado, original, sólido, ameno y con personalidad, puesto en el quiosco todas las mañanas sin que previamente no haya sido neutralizado por su hermano en la red? ¿El futuro del papel está en convertir los periódicos en contenedores para la reflexión destinados a un público minoritario? ¿La red es el medio ideal para cobijar la prensa popular en su más amplia acepción y en el papel solo tiene cabida la prensa de cejas altas, de acuerdo con el modelo anglosajón clásico? ¿Deben los periódicos de papel reinventarse hasta ofrecer algo totalmente diferente a lo hecho hasta la fecha? ¿El periodismo digital que viene configurará un universo informativo 'light' de consumo masivo?
La velocidad del cambio tecnológico es tan vertiginosa que periodistas y editores no disponen de tiempo para sistematizar el fenómeno y sacar conclusiones duraderas. Todo el mundo sabe que debe cambiar, tomar decisiones para diferenciarse de sus competidores, ofrecer la mejor información con la mayor rapidez posible y garantizar una competencia solvente con redes sociales como Twitter, que con frecuencia funcionan como improvisadas agencias de noticias, aunque sin ofrecer ninguna de las garantías asociadas a las grandes agencias internacionales y nacionales. Pero más allá de que todo el mundo sabe que debe moverse, nadie es capaz de asegurar sin asomo de duda que ha tomado el rumbo adecuado. El error y la prueba funcionan a toda hora en un sector devastado por la crisis del mercado publicitario y la nefasta tradición de la información gratuita.
Cuantos han creído disponer hasta la fecha de la alternativa salvífica para compaginar papel y red han debido reconocer que en realidad todo es muchísimo más complicado. ¿Cómo es posible compaginar texto, televisión, voz, ocio, referencias cruzadas y todo cuanto cabe en un medio digital con un producto informativo madurado, original, sólido, ameno y con personalidad, puesto en el quiosco todas las mañanas sin que previamente no haya sido neutralizado por su hermano en la red? ¿El futuro del papel está en convertir los periódicos en contenedores para la reflexión destinados a un público minoritario? ¿La red es el medio ideal para cobijar la prensa popular en su más amplia acepción y en el papel solo tiene cabida la prensa de cejas altas, de acuerdo con el modelo anglosajón clásico? ¿Deben los periódicos de papel reinventarse hasta ofrecer algo totalmente diferente a lo hecho hasta la fecha? ¿El periodismo digital que viene configurará un universo informativo 'light' de consumo masivo?
Sea cual sea la respuesta a cada una de estas preguntas, ¿deben los periodistas reconvertirse en una especie de herramienta multiuso que encaje con diferentes instrumentos tecnológicos e informativos?
Tampoco esta pregunta admite una respuesta categórica. Por el contrario, salvo la certidumbre genérica de que el periodista seguirá siendo indispensable para separar el grano de la paja, seleccionar la información y dejarla que aflore en medio del ruido de la aldea global, cualquier otra afirmación requiere la máxima cautela, salvo, quizá, la convicción de que la praxis profesional deberá cambiar para ajustarse a los cambios en los medios.
Tampoco esta pregunta admite una respuesta categórica. Por el contrario, salvo la certidumbre genérica de que el periodista seguirá siendo indispensable para separar el grano de la paja, seleccionar la información y dejarla que aflore en medio del ruido de la aldea global, cualquier otra afirmación requiere la máxima cautela, salvo, quizá, la convicción de que la praxis profesional deberá cambiar para ajustarse a los cambios en los medios.
El periodista formado, informado, entregado a una curiosidad permanente, con independencia de criterio, seguirá siendo un actor insustituible en los sistemas democráticos, pero el ejercicio concreto de la profesión cambiará --de hecho ya ha cambiado-- para llegar a un puerto en el que todo será diferente a como fue hasta anteayer. Aventurar cuál será la arquitectura del puerto es poco más que un ejercicio de prospectiva recreativa porque demasiadas variables están en el aire, entre ellas el desenlace de la crisis económica, que cada día más es también una crisis de identidad.
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