Andreu Farràs
Son escasos los días en que los medios de comunicación no se hacen eco de alguna noticia protagonizada por musulmanes cargada de connotaciones negativas. En las informaciones procedentes del exterior, desde los atentados de los 'lobos solitarios' de Ottawa o Boston hasta acciones terroristas en Nueva Delhi o Bali; de las decapitaciones del Estado Islámico en Siria e Irak a los secuestros de escolares en Nigeria. Y en las noticias más próximas, desde el temor de la policía –fàcilmente contagiable al resto de la población— al regreso a sus lugares de origen de combatientes yihadistas con pasaporte de la UE a las detenciones de integristas en Melilla; desde los juicios a imanes del Vallès o la M-30 que aconsejan dar algunos azotes a las esposas díscolas hasta los debates algo bizantinos sobre la pertinencia o no de que las mahometanas vistan burka o niqab por las calles de Reus o Lleida.
Es tremendamente difícil que un ciudadano pueda escuchar, ver o
leer alguna noticia o reportaje de los medios de comunicación españoles –y también probablemente del resto de Europa— en los que personas, colectivos u organizaciones de religión musulmana lleven a cabo alguna actividad o hayan ideado alguna iniciativa que posean connotaciones positivas.
Mariam al Mansouri, piloto de caza de los Emiratos Árabes Unidos, que bombardeó al Estado Islámico. |
Dos potencias petroleras del golfo Pérsico, Catar y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), intentan mejorar sus imágenes de país a través de, entre otras marcas, sus correspondientes líneas áreas de bandera: Qatar Airways y Emirates, patrocinadoras, respectivamente, de dos de los grandes equipos de fútbol mundiales. Para la mercadotecnia, hay pocos escaparates con más audiencia y atractivo que las camisetas del Barça y del Real Madrid.
Pero la gente medianamente informada, aunque exhiba con orgullo las camisetas de su equipo favorito, sabe que Catar y los EAU, así como el hermano mayor del Golfo, Arabia Saudí, son países dominados por sátrapas fanáticos del wahabismo, cuyos gobiernos han sido acusados de financiar y alentar en algún momento de su historia a Al Qaeda y el Estado Islámico (IS). Al culé y al merengue medianamente desinformado tanto le da todo, salvo el club de su vida.
Una de las escasas imágenes positivas que los emiratos del Golfo difundieron hace algunos días para intentar convencer a Occidente de que el trato que dispensaban a las mujeres no era tan tiránico como se dice y que están interesados como el que más en la eliminación del Estado Islámico fue la de una joven oficial de las fuerzas aéreas de los EAU preparada para despegar a bordo de un caza para bombardear las posiciones del EI en Siria. La sonrisa de la piloto emiratí apareció pocos días después de que trascendiera en medios europeos que la guerra de confusos frentes y aliados que se está librando en Libia está enfrentando a catarís y emiratís, que rivalizaban por controlar los resortes políticos del país que estuvo sojuzgado durante décadas por el maestro de tiranos Gadafi.
Aun desde muchos focos y de manera descoordinada, en los últimos años aparece con claridad que numerosos dirigentes políticos de países mahometanos tienen el propósito de expandir por el planeta su religión. Y, más concretamente, la implantación entre los propios musulmanes de una lectura extremadamente estricta del Corán. Estén estas sociedades islámicas incluidas en sus países de origen o en otros.
El gran inconveniente de esta estrategia proselitista --ni peor ni mejor que cualquier otra procedente de otra cultura o país con vocaciones expansionistas-- es que carece de lo que Joseph Nye denominó “poder blando”.
Al contrario que otras culturas o naciones con vocación expansiva –el término 'imperialista' adolece desde hace tiempo de connotaciones peyorativas--, el islamismo radical se está extendiendo entre los musulmanes moderados (al menos esto aseguran la mayoría de los expertos en estas cuestiones), pero sus planteamientos no consiguen atraer a los creadores de opinión de Occidente ni a la opinión pública europea y norteamericana. Cuentan con un considerable potencial militar, financiero y económico. No les falta “poder duro”. Pero sufren de una tremenda carencia de “poder blando”, es decir, de atractivos culturales y diplomáticos. Prefieren someter que persuadir, antes vencer que convencer.
Si exceptuamos las más voluntariosas que eficaces presentaciones de power point que corren por internet sobre los atractivos turísticos de Doha o Dubai o algunos simpáticos anuncios de las ya citadas líneas aéreas de lujo, ¿qué 'inputs' positivos del islam están llegando a los ciudadanos occidentales? ¿Libros, películas, videoclips, actores, artistas, pinturas, certámenes internacionales, descubrimientos, exposiciones universales? Muchos de estos productos culturales están prohibidos por el Corán, son demoníacos, según proclaman sus hermeneutas más severos. Ha habido algunos nobeles de literatura, cierto, aunque todos ellos han manifestado con más o menos vehemencia su laicidad. Como mucho, alguna monarquía del Golfo se ha prestado a organizar un Mundial de fútbol, eso sí, con aire acondicionado en los estadios para paliar los 40 grados a la sombra del desierto. Aunque hasta la pugna por su candidatura se ha visto salpicada por vastas sombras de corrupción.
Ni una sola marca 'soft' para conquistar al público global. Ni Coca-Cola, ni Bollywood ni, aún menos, Hollywood, el imbatible embajador del expansionismo cultural estadounidense de los últimos cien años. Hasta en los momentos más crueles de la guerra fría, el proselitismo de la URSS lograba captar la voluntad de renombrados intelectuales y artistas occidentales, gracias a, por ejemplo, su “realismo soviético”, su “igualitarismo educativo” o sus “avances tecnológicos”. El duro estalinismo también dominaba el poder blando, aunque fuera con cierta torpeza. Y China compite ahora en esta división, aunque en su pulso con la hiperpotencia sea más musculoso el brazo militar que coopera con el expansionismo económico que el del poder cultural-artístico-deportivo del gigante asiático.
Ni una sola marca 'soft' para conquistar al público global. Ni Coca-Cola, ni Bollywood ni, aún menos, Hollywood, el imbatible embajador del expansionismo cultural estadounidense de los últimos cien años. Hasta en los momentos más crueles de la guerra fría, el proselitismo de la URSS lograba captar la voluntad de renombrados intelectuales y artistas occidentales, gracias a, por ejemplo, su “realismo soviético”, su “igualitarismo educativo” o sus “avances tecnológicos”. El duro estalinismo también dominaba el poder blando, aunque fuera con cierta torpeza. Y China compite ahora en esta división, aunque en su pulso con la hiperpotencia sea más musculoso el brazo militar que coopera con el expansionismo económico que el del poder cultural-artístico-deportivo del gigante asiático.
Las constantes informaciones sobre las guerras de Siria y Libia, las interminables penalidades del pueblo palestino, la represión que sufren los iranís, los bombazos que estallan en Irak y Afganistán, los secuestros de Nigeria, las palizas de los subsaharianos en Marruecos, las torturas en Argelia, la sangrienta hibernación de la primavera árabe en Egipto, la ausencia de democracia en la inmensa mayoría de unos países dominados por la corrupción, etc. no son contrarrestadas en los medios de comunicación españoles por ninguna noticia esperanzadora --o mínimamente simpática-- procedente de estos u otros estados con poblaciones hegemonizadas por musulmanes cuando no gobernadas directamente por teocracias.
Sin buscarlo a propósito, la opinión publicada aquí, salvo contadísimas excepciones, está creando una opinión pública reacia a todo lo que huela a islámico. La prensa tendrá su responsabilidad si en el futuro esta islamofobia larvada estalla bajo cualquier pretexto. Sin embargo, aquella nunca será tan grande como la de los ubérrimos países del golfo Pérsico que han preferido dedicar parte de su multimillonario erario a financiar a unos hermanos fundamentalistas casi nunca pacíficos en vez de a personalidades e iniciativas dedicadas a buscar el entendimiento entre las naciones y las religiones. Esta vez sí habrá que buscar la causa de la mala prensa del islam y sus fieles en desiertos remotos y montañas lejanas.