Josep Carles Rius
Las ansias de independencia de una parte significativa de la población catalana tienen raíces y razones poderosas. La primera, un sentimiento de nación que los poderes del Estado se niegan a reconocer. Pero el ‘procés’ es otra cosa. Es una estrategia de poder. Y para ello, ‘el fin justifica todos los medios’. Empezando por sacrificar la verdad.
Por eso ejercer un periodismo honesto ha sido tan complicado en Catalunya desde hace muchos años. El ‘procés’ viene de lejos y cada periodista podría contar cómo lo ha vivido en su propia experiencia profesional. Algunos deberían explicar cómo lo han
alimentado. Otros, recordar cómo lo han sufrido. Pero nadie puede afirmar que ha ejercido su trabajo sin verse afectado por el ‘procés’. Porque, en Catalunya, el periodismo ha estado en el epicentro del seísmo, y de sus constantes réplicas.
Sin la complicidad de muchos periodistas y de numerosos medios de comunicación, hubiera resultado imposible crear una realidad paralela. Basada en las emociones y no en los hechos. La verdad empírica, factual, no solo fue despreciada por los políticos que lideraban el ‘procés’ sino por responsables de los medios, periodistas, articulistas, tertulianos… Porque una parte de la población premiaba con su audiencia estos comportamientos. Y así se fue creando una inmensa burbuja emocional.
A la hora de construir la posverdad, el poder político contó con la complicidad de numerosos medios de comunicación públicos y privados y la implicación de una parte muy importante de la ciudadanía. La suma era imbatible. El resultado encajaba perfectamente en la definición que el diccionario Oxford hizo del término ‘posverdad’. Es decir, cuando “las llamadas a la emoción y de la creencia personal influyen más en la gente que los hechos objetivos”.
Los motivos que han llevado a prácticamente la mitad de la población catalana al independentismo tienen fundamento. Son el resultado de viejos agravios y desprecios recientes. Pero el camino trazado para conquistar el derecho a la autodeterminación estaba fuera de la realidad. Y, sin embargo, muchos periodistas y medios de comunicación, en lugar de velar por su veracidad, le dieron su aval. Lo amplificaron. Contaron las bondades de una travesía que acabó en desastre. Renunciaron a la información y, conscientes o no, entraron en el territorio de la propaganda. ¿Por sectarismo? ¿Por convicción? ¿Por interés? En cualquier caso, una parte del periodismo, en Catalunya, renunció a su compromiso con la verdad.
En frente, los poderes políticos, económicos y mediáticos que se sintieron amenazados por el ‘procés’ también activaron todos sus resortes. Guerra sucia. Manipulación. Portadas insultantes. Y, de nuevo, la verdad volvió a salir malparada. Era, y es, el escenario ideal para los medios y los periodistas de ‘trinchera’, defensores de causas. Del blanco o negro. De la ‘misión’ por encima de cualquier deontología profesional. En los conflictos, ya lo sabemos, la verdad es la primera víctima.
El ‘periodismo de trinchera’ es el más fácil y el más rentable. Tiene la audiencia asegurada. Es una tentación tan fuerte que periódicos convencionales o, incluso, algunos de los que se presentan ahora como regeneradores acaban eligiendo bando. Acaban escribiendo aquello que su público quiere oír, antes que la información que debería conocer. Renuncian a la responsabilidad de asumir el riesgo de cantar las verdades a quienes no las quieren oír.
Pero esta actitud tiene sus costes. Ahora muchos periodistas que alimentaron el ‘procés’ se sienten prisioneros de sus propios lectores. Algunos persisten. Otros optan por la discreción. Y quienes reconocen errores, son dilapidados en las redes. Porque el ‘monstruo’ creado con tantos años de posverdad ya tiene vida propia en Catalunya. Por eso mantenerse en tierra de nadie, navegar a contracorriente, resulta muy duro. Pero vale la pena. Es la mejor garantía para sentirse libre.
Artículo publicado en un monográfico de 'La Marea' sobre "La necesidad de recuperar los matices"
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