Carmen Umbón
Con la meticulosidad profesional que le caracteriza, Andreu Farràs ha pasado los últimos 20 años (como profesor de la Facultad de Ciències de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona) preguntando a sus alumnos, entre otras cuestiones, cuáles eran sus preferencias profesionales para el futuro. Concretando: en qué especialidad les gustaría trabajar y en qué medio: prensa escrita, radio o televisión. Los resultados revelan que la radio es el medio que despierta más interés entre los futuros periodistas y los deportes la especialidad que se lleva la palma.
Me ha dado mucha pena ver en esa encuesta que casi nadie tiene interés por la política internacional. También me ha sorprendido.
¿Qué raro, no? Que en un mundo globalizado los futuros periodistas no tengan curiosidad por saber lo que pasa en aquellos lugares donde van de vacaciones, les cosen los vaqueros, les fabrican los móviles, llevan a cabo investigaciones científicas trascendentales para su futuro o son cuna de personas destacadas en todos los ámbitos de la cultura y el conocimiento. Seguramente se deba a que el mundo está ahora mucho más a mano que el de antes y eso le resta interés. Desde niños, los jóvenes de las generaciones crecidas en democracia han “recorrido” a través de la tele y el cine un planeta que sus abuelos apenas imaginaban. Pero me sigue sorprendiendo que ese conocimiento del entorno, ese tenerlo al alcance de la mano, no despierte más interés profesional entre los futuros periodistas.
En mi época de estudiante, más de 50 años atrás, siempre supe que quería ser periodista y formar parte de una Sección de Internacional, así, con mayúsculas. También me atraía profundamente sucesos, un área informativa tenebrosa, en blanco y negro, que ofrecía aventuras sin moverse de la propia ciudad. Pero en aquel entonces, desarrollar un trabajo profesional en la proximidad de comisarías y juzgados no era compatible con otras actividades de mi vida. Así que aposté por Internacional. Y me costó mucho llegar hasta allí porque las mujeres no solían ser destinadas a las secciones políticas, ni tampoco a deportes, economía, fotografía.... Había que espabilar mucho para meter un pie en alguna redacción y solía ser vía espectáculos o sociedad, los únicos territorios aptos a priori para mujeres.
Cuando en las escuelas de periodismo nos hacían preguntas como las de las encuestas de Andreu Farràs, lo que tenía menos tirón, lógicamente, era la política española. Nadie quería meterse en ese barrizal y si alguien de verdad lo deseaba no se atrevía a decirlo en voz alta en la 'Uni'. También entonces, los deportes ya eran el área favorita, seguida de espectáculos, y la información científica la menos atractiva, junto con economía, conflictiva por razones obvias y a la que se dedicaba muy poca atención. Estas dos áreas eran a menudo cubiertas por especialistas no necesariamente periodistas y poner aquellos textos en solfa comprensible para lectores no especializados era un rompecabezas, porque a quienes les encomendaban esa tarea tampoco tenían grandes conocimientos. Eso sí, aprendíamos mucho.
Tampoco entonces había cola para entrar en las secciones de política —ya fuera internacional, nacional o local — pero las tres tenían una aureola de prestigio intelectual, de respeto informativo que alcanzaba incluso a sus más humildes plumillas. Y he de decir aquí, en honor a mis compañeros que apostaron por la política “de verdad”, la nacional y local, que Internacional tenía frente a estas no pocas ventajas. Aunque la espada de Damocles estaba encima de todas las cabezas, en Internacional lo que ocurría estaba lejos y no solía tener incidencia directa sobre lo que pasaba en casa, por lo que tanto las autoridades como las direcciones de los medios tenían la manga mucho más ancha a la hora de aceptar los temas o juzgar las informaciones. También las quejas y las repercusiones eran menores.
Las emisoras de radio de los pueblos
Respecto a los medios, la prensa escrita era de lejos la más demandada por los jóvenes profesionales, porque en televisión solo había dos cadenas y ni siquiera emitían 24 horas al día ni cubrían todo el territorio “nacional”. Y casi no existían programas políticos propiamente dichos más allá de los telediarios. Sin embargo, emisoras de radio había muchísimas, en todos los pueblos un poco grandes al menos una y en las capitales, varias. Una gran cantera para encontrar trabajo. Pero tampoco en las radios se hacía información política ya que el único vehículo posible para difundirla era 'El Parte', la conexión obligatoria de noticias con Radio Nacional de España.
En 'El Parte' se concentraba la esencia ideológica del régimen franquista aderezado con las noticias del día. Y las noticias del día eran, naturalmente, las que habían pasado la censura previa. Y eso fue así hasta 1966, fecha en que Manuel Fraga Iribarne derogó la ley promulgada en abril de 1938, en plena guerra civil, por Ramón Serrano Suñer. La 'ley Fraga' depositó la responsabilidad de decidir sobre los contenidos en los directores, ya fueran de programas o de publicaciones, reservándose el derecho de castigar a los responsables de informaciones incompatibles con la ideología del régimen. Las penalizaciones iban desde el secuestro de la edición a multas, cierres y procesos varios. Un desliz podía pagarse muy caro en una carrera de periodista. Y pese a eso muchos desafiaron esas normas. Con el paso de los años la brecha que abrieron quienes se atrevían a desafiar al régimen se fue ensanchando, y junto a directores timoratos (algunos más restrictivos que los propios censores) emergieron decenas, miles de periodistas y directores valientes que se jugaban su carrera por hacer honor a la verdad y exponer los hechos tal como eran.
Las agencias de prensa eran el sueño dorado de los periodistas a los que les gustaba la calle y la variedad informativa. Si conseguías ser reportera tenías más libertad de movimientos, redactabas a tu aire tu propia noticia y no te incordiaban tanto con órdenes, a menudo contradictorias. Pero también el trabajo de mesa era gratificante: se recibía información de todos los corresponsales que había por ahí, en España y fuera de ella, y de otras agencias extranjeras. Se aprendía muchísimo. Pero.... otro pero más... solo había dos agencias: Efe y Europa Press. (Tal vez en algún momento me suena que hubo alguna otra, pero no lo recuerdo)
Por eso el destino más habitual de los jóvenes periodistas eran las revistas. Había decenas. De todo tipo, generalistas y especializadas, y no era difícil entrar en alguna. Pero, a menos que tuvieras buenos enchufes, como algún hijo de director de diario franquista que debutó en un periódico como redactor-jefe, empezabas volviendo a redactar despachos de agencias y textos de orígenes diversos con el propósito de que no se notara su procedencia. Había que “personalizarlos”, eufemismo que se utilizaba para evitar el término “plagio”. También se ganaban puntos llevando cafés a los jefes y a los colegas consolidados.
En aquel ambiente, alguna que otra mano acababa en el pompis de alguna “becaria”, termino que no se usaba en la época porque éramos “estudiantes en prácticas”. Estos asuntos (aparte de silenciosas rabietas y lágrimas derramadas en el baño) se sobrellevaban de cara a la galería con dignidad y naturalidad, como si fueran parte del sueldo (inexistente o muy escaso). Y añado que incidentes como los descritos no eran exclusivos de las revistas ni de las becarias. Podían ocurrir en cualquier medio y estar en plantilla y tener algunos años a las espaldas. Eso no eximía de ser objeto de esas (y otras) prácticas reprobables.
Años después, quizá ya en los 80, el realizador de TVE Fernando García-Tola popularizó, poniéndola en boca de Carmen Maura, una famosa frase que había hecho historia: “Nena, tu vales mucho”. Se extendió como la pólvora no solo en las redacciones, sino en cualquier lugar de trabajo en el que las mujeres trataban de abrirse paso.
En fin, recuerdos de juventud. Pero volviendo a la sección de Internacional: por favor, jóvenes periodistas, no desdeñéis un área de información que abre las puertas del mundo y nos comunica con otros seres humanos. Distintos, sí, pero iguales al fin y al cabo. Sus peripecias humanas merecen nuestro respeto y darlas a conocer es el primer paso para que alguna vez puedan superarlas o resolverlas. Poder relatarlas es un privilegio.
Hola, Carmen; buen repaso de años pasados; pero también entonces había poca inquietud por Internacional y , con perdón, ignorancia. Recuerdo que TeleExpress hizo una sección sobre la situación en el Río de la Plata de los 70/80 tirando de los "sudacas" exiliados. Venezuela casi ni se sabía dónde caía; las noticias sobre Medio Oriente eran un rejuntado de tópicos y, aún hoy, nos hacemos un lío de pena para distinguir con precisión términos como musulmán, árabe, ezquenas y gran parte de los idiomas sudamericanos (hablados por millones de personas y con medios en esos idiomas) son ignorados totalmente. Puede que gran parte de todo esto sea culpa del ombliguismo europeo; aunque en esto de europeo todavía entramos de costado. El otro día, en la SER un periodista de los opinadores decía que el no confiaba en las informaciones de China y que prefería la de los "países desarrollados". En fin, es lo que hay... Dardo
ResponderEliminarQuerida Carmen: Lo interesante que fue trabajar en Inter y lo bien que nos lo pasamos. Yo empecé en Política en una etapa apasionante, durante la transición y el restablecimiento de la Generalitat, y al cabo de pocos años ya me dediqué a la cosa internacional para siempre. Lo recomiendo a los jóvenes. Conocer el mundo abre la mente. Pero el tema de cómo se trata en los medios da para mucho e intentaré abordarlo más adelante en un post propio. Un abrazo inmenso. Montserrat Radigales.
ResponderEliminarGenial, Carmen. Cuando yo soñaba ser periodista también me veía disfrutando de la vida en la sección de Internacional. Pero cuando finalmente llegué a trabajar en un periódico, esa sección estaba magnificamente cubierta por profesionales de la talla de Daroca, Batalla, Bastenier, Garrido, que se bastaban solos para cubrir excelentemente aquella sección de El Correo Catalán, que yo devoraba con avidez cada día siguiente. No me quejo; tuve suerte en otros campos. Pero siempre pienso que aquello también habría podido ser una gran experiencia. Gracias por el artículo.
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