Dardo Gómez*
España es uno de los países donde la confianza en el periodismo es más baja; además, solo el 42% de los españoles confía en los medios que consume habitualmente, un porcentaje que ha disminuido seis puntos en un año. Para colmo, el índice de periodistas que ni siquiera confían en los medios en los cuales trabajan son los más altos de Europa.
Distintos estudios atribuyen esta desconfianza, entre otras razones, a
que muchos de nuestros medios se han convertido en altavoces oficiosos permanente de algún partido político; incluso algunos de sus directores han aparecido vinculados a las cloacas del poder. Asimismo, su dependencia de la publicidad comercial y/o institucional los convierte en maestros del disimulo o del silencio.
Paco Marhuenda y Eduardo Inda, en La Sexta. |
que muchos de nuestros medios se han convertido en altavoces oficiosos permanente de algún partido político; incluso algunos de sus directores han aparecido vinculados a las cloacas del poder. Asimismo, su dependencia de la publicidad comercial y/o institucional los convierte en maestros del disimulo o del silencio.
Es un tópico, pero no deja de ser cierto que los conflictos o las noticias negativas de determinadas empresas estratégicas o de algunas grandes tiendas nunca hallan espacio en los medios que esas corporaciones sustentan con su publicidad o que participan en su accionariado.
Durante las primeras semanas del confinamiento por la pandemia, el 77% de la ciudadanía ha considerado que los medios informaban de forma sesgada sobre el entorno del coronavirus, según la trinchera política en que militaba. Casi la mitad de estas personas manifestaban su disgusto por el trato sensacionalista de la información y por la alarma social innecesaria que se generaba desde esos medios.
No estamos hablando de un tema de raíz política, sino de una emergencia sanitaria internacional que ha conmovido a la humanidad, sin embargo, los medios españoles la han vivido sin abandonar sus trincheras partidarias y convirtiendo la angustia de la población en el caldo de cultivo de argumentarios, por lo menos, poco serios e, incluso, para difundir discursos de odio o propagar teorías aberrantes que vulneran los derechos humanos.
Este ejercicio de la maldad, al que se ha sumado gran parte de nuestros medios de comunicación, es defendido por ellos mismos y por algunas organizaciones profesionales igualmente irresponsables por el supuesto ejercicio de la libertad de expresión o de una falsa libertad de prensa. Ambos argumentos han sido reiteradamente aniquilados por los expertos en comunicación y por algunos juristas de probada solvencia; no importa lo que estos digan, los platos y micrófonos solo se abren a la prevaricación informativa.
Nuestro gozo en un pozo...
El advenimiento de los desarrollos digitales trajo, entre sus probadas ventajas, la posibilidad de generar nuevos medios de comunicación en línea a bajo coste. Estamos hablando de algo sin precedentes: la oportunidad de ejercer de verdad, la libertad de prensa. Algo, hasta entonces, solo al alcance de quienes tuvieran un capital monetario importante y, además, se quisieran jugar parte de él.
Ante esta posibilidad, muchos periodistas que sintieron que les había llegado el momento de liberarse de las dictaduras de aquellos editores que, por sus intereses políticos y/o económicos, les habían lastrado su desarrollo profesional y, también, satisfacer el derecho a la información de la ciudadanía.
Se han hecho algunos productos online de excelente factura y, sobre todo, se pudo romper con el elitismo ancestral de los editores señoritos y se abrieron paso nuevas formas de financiación con participación ciudadana. Así, surgieron cooperativas de periodistas, accionariados de lectores, 'crowdfunding' y otras fórmulas mixtas que, en su conjunto, invitaban a las personas a apoderarse de la información apoyándose en una verdad: “La información la haces o te la hacen”.
No todos los intentos han alcanzado el respaldo comercial que asegurara su futuro; pero son varios los que resisten los embates de las crisis y que se han ganado un público leal haciendo periodismo honesto y abriendo el mercado a nuevos proyectos de comunicación.
También es cierto que este ejercicio de independencia los ha llevado a renunciar a según qué tipo de publicidad, a ser despreciados por las pautas publicitarias de las administraciones acostumbradas a comprar los favores de los medios; todo lo cual hace que lo estén pasando de todos los colores para no ser asfixiados por las crisis que llegan en oleadas continuas.
Si estos medios han vivido algún fracaso ha sido un fracaso de todos; por lo menos, de los que confiaban (confiábamos) en que el perfil de estos nuevos medios podía llegar a provocar algún cambio positivo en el tratamiento de la información de los grandes medios comerciales.
Nada de nada; ellos han seguido fieles a sus conductas inmorales y corruptas. Porque inmoral y corrupto es informar de maneras sesgadas, silenciar la información o elevar a la categoría de alarma noticias que no lo justifican. Y todo ello de forma orquestada y, en algunos casos, coordinada.
No habrá autoregeneración de los medios
Las circunstancias únicas y desgraciadas que nos han llevado a esto que llaman “nueva normalidad” hizo pensar a gran parte de la humanidad que esa normalidad nueva habría de ser una ruptura con la anormalidad que nos había llevado a vivir la crueldad de una pandemia que, tiempo al tiempo, está destapando todas las atrocidades que parecen estar en el pecado original de una sociedad que postergó el cuidado de las personas y encumbró la avaricia como modelo a seguir.
En esa avaricia se gestaron el abandono de la salud pública, la negación de la progresiva destrucción de nuestros recursos naturales, la esclavitud laboral de parte de los habitantes del planeta para favorecer el consumo 'low cost' de la parte más favorecida, la explotación alocada e indocumentada de selvas y mares... En fin, es innecesario seguir con la enumeración de las barbaridades que nos han traído hasta aquí.
Todas o casi todas ellas fueron denunciadas a lo largo de decenios y a lo largo de los mismos fueron silenciadas o disimuladas por las grandes corporaciones de la comunicación masiva. Las mismas que brindaban kilómetros de papel y minutos interminables a los cómplices de tanto desatino.
En la ejecución de estos actos criminales contra la humanidad, que incluyen las invasiones militares en varios puntos del planeta, el abandono de migrantes a la voracidad de los mares, la desertización que propicia las hambrunas, fueron cómplices necesarios las grandes corporaciones de la comunicación.
Por eso, cupo la esperanza de que los directivos de esos medios o los miembros de sus accionariados hicieran algún gesto de humanidad y se plantearan la necesidad de contribuir a esa imprescindible nueva normalidad.
'Lasciate ogni speranza voi ch'entrate'; rezaba el frontispicio del infierno imaginado por Dante; pues eso, abandonemos toda esperanza en la autoregeneración de esos medios.
Una mini reforma comunicacional, porfa...
Sin embargo, no cabe la resignación ante ellos; son tiempos de exigencia para salvar este estado de corrupción de nuestro sistema comunicacional y, lo primero, es tomar conciencia de que esta situación no deviene de una casualidad ni es fruto del azar.
Estamos sometidos a un sistema comunicacional que la desidia, miopía y abandono de responsabilidades del Estado ha dejado en manos de lo mejor de cada casa; una dejación gravísima, porque significa haber confiado a las empresas de comunicación la custodia de parte de nuestros derechos humanos. A lo largo de los años los derechos a la información, a la expresión, a la intimidad, al honor y algunos más han sido maltratados y vulnerados de manera sistemática por esos empresarios ante el silencio de nuestros administradores.
Sin embargo, este Gobierno de la nueva normalidad tiene que asumir que el estado de la comunicación pública en España es un problema real, grave y que requiere urgente respuestas. Se ha entronizado la falacia de que los ciudadanos tienen la libertad y el criterio suficientes para saber elegir el medio más idóneo por el cual pueden informarse. Todos sabemos que eso no es verdad; al monopolio informativo de las contadas agencias internacionales se suma la corrupción generada por las noticias pagadas por las administraciones o las grandes corporaciones que deja en la indefensión y el engaño a gran parte de la población.
También sabemos que la tan manoseada libertad de prensa no les concede a los medios ni a los periodistas el derecho a abusar de la ciudadanía menos informada, de acosarla con mentiras interesadas en sus momentos de mayor angustia, de agredir como sistema a determinados colectivos sociales y a sistematizar los mensajes de odio como herramienta política.
La desinformación se nos está imponiendo por la ley del más fuerte; algo que las democracias modernas no deberían permitir, porque lo que se pone en peligro son las propias libertades democráticas que todo gobierno electo bajo esos parámetros tiene la obligación de proteger y de garantizar a sus gobernados.
La actual coalición que Gobierna al Estado español tiene los respaldos de numerosos dictámenes de las organizaciones europeas que lo están facultando para intervenir ante el escándalo de un sistema comunicacional corrupto que socava todos los valores de nuestra sociedad y que está exigiendo la necesaria respuesta legal que ponga coto a tanta infamia.
Tranquilizo a todos, no estoy hablando de una ley de comunicación; aunque más necesaria que el agua, la miopía de la mayoría de nuestro parlamento la hace inviable. Sin embargo, creo que un mínimo de sensibilidad democrática y de respeto por los derechos humanos de la ciudadanía serían suficientes para que se dictaran normas que dejaran claro a los jueces --de acuerdo con numerosos fallos y pronunciamientos de organismos internacionales-- cuáles son los límites de la libertad de expresión y los alcances de la libertad de prensa.
Hola me gustaria comunicarme con Dardo, soy hijo de Amarilis de Buenos Aires, mi mail es pwahnon@hotmail.com
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